por Andrés Walliser
Cuando se toma la curva de la salida 19 en la N-1 dirección Burgos y se vislumbra el objeto de deseo de tantos compradores no solo estamos llegando a Ikea, L & M, o el glorioso Plaza Norte 2 con su cúpula vaticana y su despliegue de mármoles de colores. También estamos llegando a un modelo de ciudad tan nuevo como oscuro
en lo legal, y pésimo en su eficiencia urbana: poligonia.
¿Qué es Poligonia? He llamado así a los desarrollos urbanísticos de “despachos profesionales” que se han estado construyendo en los últimos dos años en diversas zonas del área metropolitana de Madrid. El lugar mas fértil en estos desarrollos ha sido San Sebastián de los Reyes aunque ante el éxito la práctica se ha extendido a Leganés y otros municipios del sur. En general es una cuestión que afecta a los distritos industriales de varias ciudades españolas o a sus áreas metropolitanas.
Estos inmuebles se venden abiertamente como lofts, pese a ser técnicamente oficinas. ¿Son viviendas ilegales?, lo que son es viviendas que carecen de cedula de habitabilidad y que están en suelo industrial. Por lo tanto si alguien utiliza ese espacio como residencia exclusivamente si que lo estaría haciendo de forma ilegal. Otra cosa es que quien lo habite argumente que es un profesional liberal y tiene ahí la sede de su negocio y práctica profesional. Sea lo que sea los carteles que anuncian la nueva promoción entre banderolas alargadas muestran una infografía en la que se ve un edificio generalmente de cemento y cristal sin grandes sofisticaciones estéticas ante el cual hay un jardín con su piscina y tumbonas. Ahí, un grupo de personas que podría ser una familia, niños incluidos parecen disfrutar de lo que muchos entienden como calidad de vida. Deben ser los hijos de los clientes de los despachos profesionales a los que se les ofrece un servicio de spa complementario.
La cuestión tiene diversas interpretaciones y como fenómeno social y urbano es susceptible de ser utilizado como un potente analizador de nuestra sociedad y sobre todo de la deriva que toman nuestras aglomeraciones urbanas.
La palabra loft no lleva demasiado tiempo en mente del mercado inmobiliario. Hasta hace cuatro o cinco años, quizás menos, solo los iniciados en la peregrinación a la gran manzana real o virtual sabían que la palabra estaba asociada a contracultura, a tipos como Warhol o a lugares tan evocadores como Soho o Tribeca. Allí empezó todo. Una ciudad con una potente industria ligera en sus entrañas comienza en los años 50 a cambiar los viejos edificios industriales por ubicaciones con mejores posibilidades logísticas y comerciales, entre otras causas. La disponibilidad de espacio barato y abundante es un magnifico reclamo para artistas, creadores y bohemios tan solo una década mas tarde. El cine de los 80 se encarga de deificar esos espacios luminosos con evocadores elementos constructivos vistos: piedra, metal roblonado, ladrillo macizo, vigas de madera y unos ascensores que cuesta entender, que no tienen puertas y en los que el protagonista siempre seduce a la chica. La parte de cómo se calienta eso y se sobrevive al invierno neoyoquino viene en las películas. Hoy el proceso sigue en Manhattan, y se ha establecido como un producto del mercado inmobiliario de gama alta, según la zona. Loft, en Manhattan, se asocia con vivienda de lujo. El último territorio de retirada de la otrora floreciente industria en la gran manzana es el Meat Parking District donde conviven los clubes más exclusivos, con la tienda de Stella McCarney y salas de despiece de reses con sus sistemas de carriles aéreos sobre las aceras. En los charcos de agua rojiza los tacones de precios estratosféricos chapotean en una atmósfera de olor a carne cruda que se mezcla con aromas de Channel et al. En fin, una mezcla de glamour global y sobaquina de toda la vida mientras los carniceros aguanten.
Nuestros lofts no son así. En el caso de Madrid el escaso patrimonio de arquitectura industrial anterior a la guerra ha ido desapareciendo sin atención ni protección. Este hubiera sido el hipotético escenario loft madrileño. En su lugar, ya entrado el S. XXI con su imparable crecimiento de los primeros años y la santificación del modelo basado en ladrillo si o si, se reinventa el concepto de loft nacional. Este tiene en realidad dos versiones: una el loft poligánico, ya descrito someramente; y otra que podría tener reminiscencias del original pero que a menudo se queda en una gracieta de broker inmobiliario o de vendedor “espabilao” para vender lo poco vendible. En este segundo caso me refiero a las viviendas que surgen a partir de un local comercial a menudo en el centro histórico. Muchas son infraviviendas, que no disponen de célula de habitabilidad pero que realmente nadie va a inspeccionar ni sancionar. La capacidad inspectora y sancionadora del Ayuntamiento Madrid parece haber estado durante un buen número de años en manos de dos o tres funcionarios perversos en los que nadie, ni políticos, ni técnicos, ni ciudadanos, ni partidos de la oposición parecieron detectar nunca ninguna conducta corrupta o prevaricadora. Ante la falta de control, es fácil transformar un local en una vivienda. Se puede hacer un piso patera para inmigrantes donde hacinar unas cuantas literas, basta con recorrer la calle Madera o Jesús del Valle en el barrio de Universidad, también llamado Malasaña; o en el barrio de Embajadores, en el mundo Lavapiés. La otra opción que puede ser mas lucrativa incluso es la de convertir un local y su carbonera en un coqueto loft sin luz y con humedades, para un profesional dispuesto a pagar y vivir la vida loftly en el centro de Madrid.
Por supuesto también se hacen lofts de obra nueva en el tejido urbano consolidado, en el centro, pero pudiendo hacer apartamentos para que tanto dispendio de suelo.
Hasta aquí la semblanza del loft urbano, mediocre remedo de sus hermanastros en Nueva York, Londres o Ámsterdam. Volvamos a nuestro objeto de estudio y deseo. El loft polingánico.
¿Cómo podemos entender este modelo constructivo y habitacional en el contexto que vive hoy la vivienda y la sociedad española?
Por un lado el reclamo que utilizan las promotoras es el de un espacio singular, de calidad a un precio muy por debajo de lo que costaría un loft en Madrid. Se plantea como una alternativa eficiente a un mercado de vivienda inalcanzable si uno pretende acceder a una vivienda con unos mínimos estándares de calidad.
Si se rastrea en internet a las distintas inmobiliarias o particulares que ofrecen el producto veremos que este ni es tan barato ni reúne unas condiciones tan atractivas como para pensar en comprar un chollo sólo con el pequeño inconveniente de estar en un polígono industrial donde, por ejemplo tienes pared con pared una planta distribuidora de pescado para todo el norte de Madrid, cocedero de marisco incluido. La evocación del mito niuyorkino es nítida en los nombres contranatura y antipódico de las promotoras constituidas ad hoc: como es el caso de Soholeganés
En realidad estamos ante una demanda de espacios para vivir asequibles y una demanda de rentabilidad para mover los beneficios blancos o negros, éticos o no éticos que generan el actual modelo de crecimiento. En este contexto se producen todo tipo de paradojas del mercado, como el hecho de que a mayor oferta (mucho mayor que la demanda) mas suben los precios. En un país que construye unas 300.000 viviendas anuales por encima de la demanda (situada en torno a 400.000 para 2005), y en los que las clases medias disponen de primera, segunda y tercera residencia (algo insólito en Europa), los precios han seguido subiendo hasta prácticamente hoy. No se construye para habitar, se construye para vender y lavar dinero. España es el 5 consumidor de cemento del mundo por detrás de China, India, Japón, EEUU y Corea, a la vez que consume el 50% por ciento de todo el que se consume en la UE. El dato que complementa y a la vez explica los anteriores es el creciente volumen de billetes de Euro de alta denominación que circulan por España (un 25% del total europeo) y que los ciudadanos de a pie ven poco: ¿alguien ha recibido un billete de 100 euros de un cajero automático?
Con estos mimbres, ¿qué tipo de ciudades estamos construyendo? ¿Qué valores transmiten a sus habitantes? ¿Qué impacto tienen para el conjunto del sistema urbano en que se insertan?
En el caso de Poligonia, se achaca en los medios el engaño al vendedor, mas que a un ingenuo comprador que es engañado en un escenario donde no queda mas alternativa que comprar 80m2 en dos plantas por 400.000 eurazos. Creo más bien que el valor de cambio financiero y simbólico de estos productos es la clave de su éxito. Dejando de lado al inversor que busca como colocar su dinero para rentabilizarlo al máximo sin hacerse preguntas, el nuevo residente en un despacho profesional o no, también busca un icono urbano que no existe en España y que se inventa como un sucedáneo barato del chocolate. A menudo ya no buscamos comprar un bien por su utilidad o valor de uso sino mas bien por su valor simbólico, asociado a un valor de cambio a menudo distorsionado por imágenes de status y prestigio que se han convertido en un eficaz combustible publicitario.
En nuestro caso los nuevos lofts ofrecen un opaco espacio residencial donde se desarrolla un modelo convivencial tan poco proclive al intercambio comunitario como vivir en un edificio de oficinas. Se busca y se compra el efecto “vivir en un loft” como paradigma de estatus alto y de calidad de vida aprendida en las películas con un fuerte contenido individualista. Es una reproducción vertical del modelo icónico residencia unifamiliar-coche-centro comercial-familia autosuficiente, pero con claras desventajas respecto a este. La ausencia de servicios básicos, recogida de basura, de comercio de proximidad, transporte público, equipamientos de todo tipo, etc hace que la dependencia del transporte privado sea total, los desplazamientos se alarguen y multipliquen y por consiguiente se reduzca la disponibilidad de tiempo de ocio y descanso. Poligonia es también una ciudad fantasma, sin nada ni nadie a partir de las ocho, donde es peligroso circular a pie, especialmente para las mujeres (esto no sale en las películas de una Nueva York pre-Giuliani), donde solo se recogen las basuras dos veces a la semana, donde muchas empresas generan residuos tóxicos o peligrosos, por no hablar de ruidos y trafico pesado. Probablemente es una cuestión de tiempo, poco a poco estos nuevos núcleos residenciales se irán consolidando y las licencias que les permitan ser habitados legalmente llegarán y acabaran expulsando al débil tejido industrial superviviente.
Como en otros modelos, la vivienda unifamiliar o los condominios de manzana cerrada, los lofts construidos en polígonos industriales no fomentan la calidad de vida comunitaria. Es un hecho que tendemos a convertir a la familia nuclear en nuestra principal fuente de actividad social, y que la interacción con otros vecinos y residentes va pasando a mejor vida con el crecimiento de nuestras ciudades bajo los modelos antes referidos, pero esto no desvirtúa el hecho de que una parte muy importante de nuestra calidad de vida general se debe a que vivamos en un entorno urbano y residencial positivo, lo que se comienza a llamar en el Reino Unido una comunidad sostenible. Este concepto esta asociado a otro muy relevante para el tema de esta reflexión: el hacer lugares o en su versión original, el place making.
Las comunidades sostenibles hacen referencia a los siguientes aspectos que deben confluir en un barrio: una gobernanza equilibrada, eficiente y participativa; buena conexión con el sistema de transporte público y una buena accesibilidad; servicios públicos y privados accesibles para todos; un medioambiente sano y una actitud positiva hacia el medioambiente; equidad y pluralidad entre los residentes; una economía local vibrante y sostenible; viviendas con calidad y finalmente un entorno seguro y con incentivos al desarrollo de la cultura y la interacción en el contexto local.
Esto no quiere decir que se deba abolir la baja densidad, de hecho en UK casi todos los barrios son así, pero si que se debe fomentar y crear la conciencia de que hacer habitable un barrio y una ciudad es tarea de todos, de autoridades y residentes, de peatones y conductores, constructores y promotores, etc..
A parte de estas consideraciones acerca de la calidad de vida urbana, su forma y las pírricas posibilidades que ofrece Poligania, también hay que mencionar el profundo impacto económico que supone la aparición de lofts en los polígonos industriales. En primer lugar implican el desarraigo de empresas y actividad económica. Muchas empresas se ven obligadas a cerrar o a desplazar sus instalaciones a otra ubicación con los costes que ello supone por que el propietario del suelo no renueva los contratos de arrendamiento y se mete a promotor. Esto conlleva la pérdida de empleos, de ingresos para el municipio, la destrucción del tejido industrial con sus economías de escala, la complicación de la movilidad de los trabajadores y en definitiva la disolución del tejido productivo del municipio en cuestión. A cambio quedan unos edificios en una especie de limbo legal susceptibles de consolidarse como residencial con el paso del tiempo, con la tolerancia a la infracción como telón de fondo. Quedan también unas viviendas que no aportan calidad de vida a sus residentes y si costes muy altos para la ciudad que los acoge. Todo ello en un escenario en que el parque de viviendas ha ido creciendo sin control como un fin en si mismo.
El modelo autóctono de loft, impulsador del concepto poligonia acuñado aquí y ahora para esta charla, es reflejo del voraz motor de la economía española, pero también de los gustos cada vez mas dominante del urbanita nacional, que busca y compra modelos urbanos espurios y sin apenas mas valor que el peso simbólico del concepto que se pretende imitar.
Andrés Walliser es sociólogo y profesor de la Syracuse University en Madrid