De urbanismo bottom-up, participación ciudadana y herramientas digitales*

por Paisaje Transversal

Uno de los efectos positivos del estallido de la burbuja inmobiliaria —seguramente el único— haya sido la necesidad de priorizar el cambio de paradigma en las prácticas arquitectónicas y urbanas. Lejos de entender el nuevo contexto profesional como algo negativo, tenemos que saber interpretar y reformularlo como un horizonte de posibilidades y oportunidades para las prácticas críticas que algunos vienen (venimos) reclamando desde hace tiempo.

Ante nosotros se abre un campo de experimentación absolutamente estimulante, en el que tendremos que empezar a plantear estrategias profesionales estrechamente ligadas y permeables a todas las lógicas sociales y tecnológicas que están definiendo este incipiente siglo XXI. Los nuevos retos que se nos plantean requieren no solo de nuevas herramientas, sino de un profundo cambio en las estructuras de pensamiento. No podemos afrontar los retos del nuevo siglo con esquemas mentales y metodologías de trabajo del siglo XX. «Se requieren nuevas formas de pensar para solucionar los problemas de las viejas formas de pensar» sentenció Einstein.

Es por ello que tenemos que afrontar este inevitable cambio de época desde una nueva lógica enraizada en el pensamiento en red y las nuevas estrategias provenientes de la esfera digital. Nuestra capacidad de adaptación y anticipación serán determinantes a la hora de definir el devenir de la arquitectura y el urbanismo. Ahora, la oportunidad y la necesidad, que son una, nos han hecho participes de un cambio en el que hemos de tomar parte activa. No por contestación a las generaciones pasadas, sino por adaptación a los condicionantes de nuestra época. Sin caer en viejos tópicos o batallas intergeneracionales, ni romper con nuestro pasado. Entender la historia como una constante respuesta a sus propias imperfecciones. La Historia es siempre un relato sobre lo imperfecto, sobre lo inacabado, sobre aquello que a cada paso va adquiriendo sucesivos grados de libertad.

Y esto, supondrá en algunos casos tener la Historia presente, y en otros olvidarnos completamente de ella para actuar libres de prejuicios. Tal vez nuestro mayor valor sea que, llegados a ese punto, no tengamos nada que olvidar. Pero no se trata de una reafirmación en nuestra «ignorancia», sino de no necesitar recurrir a datos y autorías. Todo lo que hemos aprendido va implícito en nuestras acciones y actitudes, forma parte del propio proceso histórico del pensamiento. Como ejemplo, los conceptos de código abierto y copyleft tienen su origen en la máxima situacionista «las ideas están en el aire». Sin embargo, nuestra capacidad de recogerlos y tratarlos de manera ahistórica les otorgan nuevas y sucesivas juventudes. 

«Otra sociedad, ¿otra política?» se preguntaba recientemente Joan Subirats en el título de uno de los libros que mejor describe el contexto en el que se está produciendo este cambio de época. Extendamos esta cuestión a la arquitectura y el urbanismo, entendidos estos como saberes capaces de responder de manera adecuada a las dinámicas actuales de la sociedad. Necesitamos otro tipo de edificios, otro tipo de ciudades. Necesitamos cambiar la arquitectura y el urbanismo.

Pero, ¿cuáles son las claves de este cambio de lógica profesional en la arquitectura? Seguramente la principal sea saber incorporar las herramientas digitales y las dinámicas en red que se han estado desarrollando en los últimos años. Las redes sociales digitales, las posibilidades que ofrece internet, la lógica de código abierto y del «cerebro colmena», por poner algunos ejemplos, son elementos cuyo uso tenemos que empezar aplicar. Por otra parte, urge abandonar ese escenario de constante competición (concursos, ofertas, etc.) en el que nos hemos desenvuelto, buscando nuevas dinámicas colaborativas.  Tenemos que ser capaces de inventar estructuras y metodologías de trabajo comunes que exploren las posibilidades que el entorno digital nos ofrece.

Sin embargo, no se trata únicamente de aplicar herramientas digitales y dinámicas heredadas del movimiento del software libre, sino de saber interpretarlas en términos arquitectónicos y urbanísticos de cara a su implementación en los proyectos e intervenciones. En este sentido tenemos que empezar a incorporar a nuestro vocabulario y a los procesos creativos ciertos conceptos provenientes de otros ámbitos y disciplinas.

BETA PERMANENTE

El concepto beta permanente, que proviene del software libre, es el que mejor define y el que más claves aporta para hacer frente a este reciclaje de las práctica arquitectónica y urbanística. Beta permanente aglutina una serie de ideas y posicionamientos que pueden  facilitar esta imprescindible transición, de él emanan muchas de las cuestiones que debemos tener en cuenta.

Beta permanente hace alusión a, entre otras muchas cosas,  la reivindicación del proceso frente al objeto,  la horizontalidad del trabajo y pensamiento en red, al desarrollo de la inteligencia colectiva ciudadana,  la apropiación comunitaria de los proyectos como estrategia para la búsqueda de soluciones óptimas, a las estructuras rizomáticas colaborativas.

Aplica las lógicas derivadas del beta permanente a la arquitectura, al urbanismo y a la ciudad supone entender los proyectos urbanos como procesos abiertos, dinámicos y constante evolución. Procesos en los que no determinamos el objeto final a priori, sino que marcamos un punto de partida y un horizonte de posibilidades y deseos futuros, de modo que la formalización de la intervención final se decida colectivamente como producto de una sinergia entre los conocimientos de los técnicos y la comunidad. Se trata por tanto de establecer los canales y espacios necesarios para generar diseños colaborativos, capaces de conjugar la experiencia y el saber técnico con la experiencia y el saber cotidiano de los habitantes, capaces, por tanto, de traducir las reivindicaciones ciudadanas en propuestas ciudadanas.

BOTTOM-UP

Por norma general los procesos participativos impulsados por las administraciones han fracasado en su intento por promover la implicación ciudadana. Esta situación ha venido determinada principalmente de una parte por una falta canales y herramientas adecuadas a través de los que vehicular estos procesos, y de otra, por su propia condición jerárquica. Al tratarse de estrategias cuya decisión procede de la Administración, por muy bienintencionada que esta sea, gran parte de la población suele contemplar estas medidas como una imposición, generando un rechazo frontal a las mismas.

Frente a estos procesos que podríamos denominar top-down (de arriba abajo), reivindicamos una lógica bottom-up: procesos en los que el tejido social es el impulsor del proyecto, dinamizando comunidades desde pequeñas parcelas de acción con la globalidad como objetivo, como la imagen de un puzzle que adquiere significado a medida que enlazamos las diferentes piezas. De este modo se posibilitan mecanismos de apropiación y autonomía.

DISEÑO COLABORATIVO

Toda vez que seamos capaces de estructurar un proceso participativo desarrollado desde la base, podremos empezar a establecer las estrategias de diseño colaborativo: procesos de creación de una estructura organizativa donde varios agentes trabajan juntos hacia metas comunes, combinando los conocimientos y los recursos de todos ellos. Este tipo de maneras de operar tienen que ver con el aprovechamiento de la inteligencia colectiva cotidiana para la optimización de los diseños generados.

Aplicar la lógica de beta permanente a este tipo de procesos significa operar dentro de la lógica del testeo o del desarrollo de productos críticos no definitivos, como sucesivas aproximaciones a la intervención óptima. Es decir, generar dispositivos con los que los ciudadanos puedan interactuar y comprobar si se ajustan a sus necesidades y expectativas. Porque la planificación perfecta es una utopía, y la aparición de situaciones imprevistas e indeterminaciones, una realidad bajo la que tenemos que aprender a operar.    

FACILITADORES/MEDIADORES

Para poder llevar a cabo todo este proceso consideramos necesario la incorporación a nuestra práctica profesional de la idea de intermediación entre los distintos agentes que intervienen en el territorio. A esta figura la denominamos facilitador o mediador: un equipo imparcial que haga de interlocutor y garantice la comunicación entre los actores. La figura del facilitador como agente externo que promueve los procesos, resolviendo los problemas que enquistan la dinámica propositiva

AUTONOMÍA

Todo este proceso estaría destinado a liberar la máxima potencia del territorio, a alcanzar lo que denominaríamos la autonomía del territorio, entendido este como la suma del medio y sus habitantes (humanos y no humanos). Como explica José María Romero, «Una práctica de autonomía es aquella que produce más libertad y más potencia de ser en el individuo y en la colectividad que se implica en la práctica»

¿Pero, cómo producir estos procesos de autonomía? Para responder a esta pregunta es necesario recurrir a otra cita, esta vez de John Berger: «Los hechos no son producto de las ideas, las ideas lo son de los hechos». Es decir, a participar solo se aprende participando. A ser libre solo se aprende siendo libre. No hay recetas, está todo por inventar, todo por hacer. Y para ello tenemos que empezar a trabajar en nuevos modelos de gestión de la ciudad, más abiertos, colaborativos y participativos. Sin miedo al fracaso y aceptando que nos podemos equivocar, aplicando una lógica procesual y cualitativa. A fin de cuentas en la participación ciudadana el medio es el fin.

Esta entrada es una versión revisada de un artículo que formó parte, originalmente, de la comunicación del Congreso EQUIciuDAD 2012.

Créditos de imágenes: Imagen 01: Calle transitada de una ciudad europea Imagen 02: Las nuevas tecnologías brindan numerosas herramientas que pueden ser usadas con facilidad. Imagen 03: La ciudad es un complejo en constante evolución con piezas intercambiables Imagen 04: La participación ciudadana es necesaria para optimización de los diseños locales

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