Smartcitizens fue un proyecto expositivo interactivo que profundizaba en el concepto de smart city, situando el foco sobre la ciudadanía, ya que no hay ciudades inteligentes sin ciudadanos inteligentes. La exposición, desarrollada en 2013, planteaba una reflexión sobre las características que definían la Inteligencia Ciudadana.
El concepto de inteligencia ciudadana se entrelaza con la visión de ciudades inteligentes. Una ciudad inteligente está valorada por el crecimiento de una economía cognitiva generalizada y la creación de nuevas redes sociales para el desarrollo por medios artificiales, mientras que la inteligencia ciudadana se genera a través del fortalecimiento de estructuras sociales orgánicas ya existentes y la valoración del individuo como medio y fin mismo del desarrollo. Es decir, aunque ambos conceptos relacionan la ciudad, la sociedad y la tecnología, las ciudades inteligentes se enfocan en la ciudad como sistema para la medición del desarrollo en la visión macrosocial, mientras que la inteligencia ciudadana tiene al individuo como base, medio y fin en sí mismo.
¿Qué es una smart city? Según Juan Freire, aquella en la que el despliegue de sensores de todo tipo, controlados por las administraciones públicas y los grandes proveedores de servicios, permitiría monitorizar en tiempo real la vida urbana (clima, tráfico, flujos de personas, contaminación, etc.), lo que posibilitaría mejor adaptación de la gestión a las necesidades de la ciudadanía. Como grandes proveedores de servicios tenemos que entender a todas aquellas empresas, como Cisco, IBM, Telefónica o Microsoft, que están desarrollando diversos proyectos y servicios urbanos desde la perspectiva smart. De hecho, algunos destacados pensadores, como José Fariña, catedrático de urbanismo y ordenación del territorio en la Universidad Politécnica de Madrid, han llegado a ironizar a este respecto señalando que una smart city es aquella que utiliza los servicios de dichas empresas.
Actualmente, las ciudades inteligentes están basadas en dos componentes principales: la gestión eficiente de la energía y la aplicación de las llamadas Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), que establecen nuevas maneras de tramitar la información de la ciudad. Sin embargo, cabe preguntarse en qué grado la implantación de estas tecnologías va a resolver los problemas que plantea actualmente la inmensa mayoría de las urbes.
Evidentemente, una gestión más eficiente de la energía es necesaria y propuestas como las smart grids (redes inteligentes) pueden ser una buena solución. Pero las ciudades y sus barrios presentan graves problemas desde hace mucho tiempo que todavía no han sido ni siquiera abordados. Nos referimos a cuestiones tan acuciantes como la expansión sin límites del tejido urbano; los modelos de movilidad destinados a la perpetuación de la supremacía del automóvil frente a otros medios de transporte más ecológicos; la falta de continuidad, cohesión y densidad de las aglomeraciones urbanas; la carencia de mezcla de usos que propicia el uso intensivo del coche para hacer cualquier recado; o la degradación del espacio público como lugar de contacto y relación hacia mero lugar de tránsito. Mientras el concepto smart city empieza a formar parte del vocabulario cotidiano, estas situaciones continúan sin resolverse.
El concepto, por tanto, va más allá del nicho de mercado que supone para algunas empresas. Entendemos que la tecnología, las redes sociales o las herramientas digitales deben emplearse para generar autonomía entre la población. Para ello, no es necesario instalar miles de artefactos ‘ultratecnológicos’, sino impulsar procesos que sirvan para concienciar a la población sobre la necesidad de un cambio de mentalidad hacia pautas de conducta más ecológicas y sostenibles, proyectos que generen una pedagogía que integre a las personas en los proyectos urbanos, así como la promoción de aquellos que propicien una mayor toma de conciencia y puesta en valor de su entorno próximo. Porque, lamentablemente, por muchos dispositivos que instalemos en nuestras ciudades, sus verdaderos problemas seguirán ahí, en tanto que toda la tecnología smart no está dirigida a resolverlos.
Aunque la sociedad de la información contemporánea ha sido la responsable de la emergencia del concepto smart city, no ha sido hasta que las grandes empresas tecnológicas (IBM, Cisco, Siemens, etc.) fijaron su interés en él, cuando el término comenzó a fraguar su hegemonía. De esta manera, en 2010, diversos y prestigiosos medios internacionales (Time, The Guardian, The Times, Financial Times, etc.) empiezan a hacerse eco de esta nueva ola de las ciudades inteligentes, dedicándole reportajes, números especiales o hasta secciones completas. Paralelamente, comenzó a programarse toda una mirada de eventos y congresos relacionados con el tema en todo el mundo, copando y condicionando las agendas profesionales e institucionales. Lo cual ha producido que el tema de las ciudades inteligentes se haya convertido en el principal punto del debate urbano. Pero esto no ha hecho sino generar confusión y suspicacias. Así, este discurso inicial hacía referencia exclusivamente a la implantación de nuevas tecnologías en la ciudad, sin llegar a demostrar cómo la utopía de la ciudad tecno-inteligente mejoraba la calidad de vida en las ciudades y qué beneficios generaba a la ciudadanía.
De este modo, la apología tecnófila promovida por las multinacionales no hacía sino desatender, aunque no de modo evidente, premisas internacionalmente aceptadas y obviaba que la tecnología por la tecnología contradice los principios de sostenibilidad y avanza poco en la construcción de la sociedad del conocimiento, más allá de generar parte de su infraestructura. Como era de esperar, esta invasión de la smart city no ha estado exenta de polémica, lo que ha conducido al reclamo de un nuevo término enraizado en ella y dirigido a establecer un necesario contrapunto a su lógica corporativista. Nos referimos al concepto smartcitizens o ciudadanía inteligente. El término smartcitizens entiende que hablar de ciudades y ciudadanía inteligente no solo pasa por fomentar el mejor control, uso y eficiencia de las infraestructuras; sino que también debe democratizar la información en sus diversas acepciones y escalas (open data, open city, open goverment, etc.) para aumentar el conocimiento e implicación ciudadana, ya que ambos en su conjunto permitirán mejorar nuestro hábitat y nuestra calidad de vida. Así, la noción de smartcitizens que comienza a contar con mayor aceptación es aquella que quiere situar a la ciudadanía en el centro de la reflexión sobre la ciudad inteligente, reivindicando la máxima que establece que no hay ciudades inteligentes sin ciudadanos y ciudadanas inteligentes.
La ciudadanía inteligente conectada en red está generando nuevas prácticas e imaginarios que articulan una (necesaria) revisión de la smart city. Una reformulación que encuentra su razón de ser en la cooperación entre los distintos agentes que operan sobre el territorio (sociedad civil, administración pública, entidades científicas y académicas, agentes económicos, etc.) y en el intercambio de conocimiento su seña de identidad. Y es precisamente en este punto donde la idea de smartcitizens conecta con la del movimiento del software libre: compartir y colaborar para aumentar eficiencia de los procesos, desatar el poder de la inteligencia colectiva para alcanzar soluciones óptimas.
Siguiendo la estela de las posibilidades que plantea internet, la inteligencia ciudadana está brotando a través de iniciativas promovidas por innovadores tecnológicos que están facilitando al ciudadano acceder a información, tomar decisiones y organizarse de forma colectiva. De hecho, el software libre es una infalible fuente de herramientas, apps y soluciones tecnológicas que permiten este empoderamiento ciudadano. Tanto es así, que ya es posible hallar todo tipo de tecnología de código abierto en toda la cadena de valor de las smart cities: desde el internet de las cosas (sensores, hardware, software, tecnología RFID, etc.) hasta el Big Data (almacenamiento y proceso de datos complejos a gran escala), pasando por todo tipo de aplicaciones.
Pero más allá de esta visión altamente tecnificada de las smart cities y de la ciudadanía inteligente ultraconectada, lo que desde el concepto smarticitizens también se reivindica es la necesaria revisión de la conceptualización que hacemos de tecnología dirigida a construir ciudad. Y aquí la inteligencia de la tecnología no se mide en la sofisticación de la técnica que la genera, sino por su capacidad para generar comunidad, tejer red y establecer canales de transferencia de saberes que promuevan la autonomía social. De nuevo, se produce un quiebro en el discurso dominante, que desde esta óptica un huerto urbano es tan inteligente o más que un smartphone. En definitiva, lo que reivindica smartcitizens es que la tecnología urbana más eficiente es aquella que nace desde la inteligencia colectiva, ayuda a generar comunidad, establece cauces de apropiación ciudadana, es replicable, es eficiente y tiene como objeto resolver las necesidades reales de la sociedad civil. Los ciudadanos y las ciudadanas inteligentes revelan que el futuro de las ciudades está en nuestras manos, en las de la ciudadanía inteligente y colaborativa.
* Fragmento del artículo “El Proceso #SmartcitizensCC: de cómo una exposición sirvió para desarrollar la definición de Inteligencia Ciudadana” incluido en la publicación “La Cultura de lo Común. Prácticas Colectivas del Siglo XXI” de la Universidad Politécnica de Valencia. Es posible acceder al artículo completoaquí.
Imágenes: Fotos de la exposición Smartcitizens en Centro Centro de Madrid. Fuente: Paisaje Transversal.