El año pasado se produjo una importante noticia para la arquitectura: el Consejo de Ministros aprobó el Proyecto de Ley de Calidad de la Arquitectura, impulsada por la Dirección General de Agenda Urbana y Arquitectura del MITMA, y resultado de un largo proceso de participación y debate abierto. A raíz de eso, hemos escrito dos artículos en el blog de la Fundación Arquia, aportando algunas ideas de lo que la Ley significa para la disciplina, que debe dejar de ser vista como una imagen unitaria y avanzar hacia miradas más diversas y plurales, en las que haya muchas formas de hacer arquitecturas.
Aspirar a lo diverso
Sobre el papel, la Ley de Calidad de la Arquitectura tiene como objetivo principal “proteger, impulsar y fomentar la calidad de la Arquitectura”, con especial importancia a los aspectos referentes a la “rehabilitación del parque público edificado”, entendiendo que la calidad de los entornos que habitamos impactan en la calidad de la vida misma.
Con su aprobación, el futuro cercano de nuestras ciudades y territorios establece un marco lo suficientemente amplio y sólido para aspirar a lugares más justos, sostenibles y resilientes. Algo que, sin duda, hay que celebrar.
Sin embargo, y por la propia terminología establecida en su redacción, es conveniente volver a recordar que no debe confundirse que calidad equivale únicamente a valores estéticos; tampoco que la arquitectura debe reducirse a lo edificado, o a Arquitectura, así, en singular y con mayúscula, tal y como la nombra la Ley.
Esa sería una visión limitada y limitante, que la disciplina ha estado durante muchos años perpetuando y que lleva tiempo intentándose cambiar. Ya lo hemos dicho antes: hoy en día es urgente hablar de arquitecturas, de múltiples miradas a lo disciplinar, que amplíen cualquier mirada única y la problematicen; que hagan de la profesión un saber abierto, transversal.
La Ley, por tanto, debería imaginarse como un mecanismo para hablar de arquitecturas, más que de Arquitectura. No existe una única manera de ejercer la profesión. Algo que Paisaje Transversal hemos defendido en múltiples ocasiones.
La arquitectura como mediación
El nuevo documento busca también propiciar el encuentro más allá, apoyando, difundiendo y desatacando aquellos casos y proyectos especialmente excepcionales que recojan esos valores de calidad. Algo que se concreta, a su vez, en la creación y definición de una futura Casa de la arquitectura, un lugar de encuentro desde el impulsar una las grandes demandas de la disciplina: hacerla comprensible dentro de la sociedad.
Pero, más allá de la emergencia o necesidad de espacios y documentos que acerquen la arquitectura de calidad a la sociedad, sería mucho más estimable construir y defender también el camino inverso: uno que aproxime a la sociedad a la arquitectura, con el que la profesión pueda crecer y alimentarse desde fuera, en el que la calidad de nuestros entornos se construye desde los deseos, conflictos e intereses diversos.
Al defender actuar así, en esa diversidad, la arquitectura puede dejar de ser vista como un conocimiento que se ofrece desde arriba, y pasar a ser una responsabilidad social, un ejercicio de mediación, en donde se concreten la mayor cantidad posible de disciplinas e indisciplinas (entendidas como saberes no disciplinares).
Se tiene que dejar de ver la disciplina como un saber acotado a lo edificado y establecer, desde ya, nuevos enfoques y metodologías profesionales que se empapen del conocimiento colectivo. Algo que nos parece especialmente importante cuando se aspira a crear mejores ciudades y pueblos.
Una perspectiva ampliada de la disciplina
Las actuales crisis superpuestas (social, económica, climática, política, energética) definen un escenario complejo, lleno de aristas, que no podrá ser abordado si no es desde lugares diversos. La disciplina debería plantearse desde una lógica transversal, aceptando la dificultad y la virtud que implica entenderse como un proceso abierto, rescatando los lazos que conectan lo bello con lo bueno —lo bueno para la vida: los entornos amables, vivos, inclusivos, diversos—, asumiendo que el valor estético de las intervenciones urbano-arquitectónicas va más allá del diseño de autor. La arquitectura, la ciudad, el territorio, el paisaje, son siempre constructo colectivo, que afecta y se ve atravesado por fuerzas entrecruzadas: diseños, políticas, estrategias, presupuestos… pero también vivencias, recuerdos, expectativas, deseos.
Las primeras versiones de la Ley incluían en su título la referencia al “Entorno Construido”. Algo que, si bien (aparentemente) ha desaparecido de su cabecera, permite recalcar el carácter situado del que tiene que partir nuestra práctica, y el enriquecimiento de incorporar en ella distintas subjetividades, vinculadas a los distintos territorios desde los que se debe configurar.
Trabajemos por y desde la diversidad de territorios, por y desde perspectivas ampliadas. La arquitectura no es solo edificación; esta Ley no la define así, en ningún caso. Puede entenderse, por ejemplo, y sin ir más lejos, como un hecho cultural, tal y como expone su voluntad de construir espacios para la comunicación, el archivo o la divulgación de la arquitectura y sus valores.
La nuestra es una disciplina expandida y fluida que puede articularse desde varios frentes: desde el ejercicio profesional, desde el entorno contextual, desde la heterodoxia disciplinar o desde su definición espacial. Una combinación de documentos, materias, planes, leyes, escenarios, performatividades, identidades; un proceso nunca acotado y siempre común, en construcción por parte de la sociedad, donde nos integramos como una parte más.
Coda: repensar el aprendizaje
En este contexto, tenemos una responsabilidad con el presente: se deben favorecer nuevas formas de pensar y hacer que además de impulsar la calidad arquitectónica, refuercen valores profesionales también de calidad, y ello nos lleva a poner en cuestión los propios espacios y programas de formación. ¿Están las escuelas de arquitectura dando respuesta a las nuevas realidades disciplinares y a las aspiraciones profesionales? Lamentablemente, salvo honrosas excepciones, la mayoría de los planes de estudio y másteres habilitantes siguen anclados en un pasado que ya no volverá. Por eso, la Ley debería constituirse como un catalizador para transformar cómo hacemos y pensamos la profesión, en todos sus ámbitos: la calidad de nuestra arquitectura y nuestros entornos construidos depende de ello.