Por Itxaro Latasa
La actividad humana sobre el territorio lo transforma, modificando al mismo tiempo las condiciones ecológicas y el paisaje, no siempre con buenos resultados para estos últimos. Llevamos haciéndolo miles de años, desde que el ser humano habita el planeta, aunque con ritmos e intensidad diferente. Canalizamos ríos e, incluso, los entubamos; construimos autopistas y vías de ferrocarril que recorren grandísimas extensiones; eliminamos las tierras agrícolas que rodeaban las ciudades para ampliar el tamaño de estas; instalamos torres eléctricas y aerogeneradores por todo el territorio; talamos los árboles o los sustituimos por especies de crecimiento rápido para producir madera… La lista es inagotable y contiene todas las actividades que el ser humano necesita para habitar el planeta en las condiciones que desea.
Por su parte, el planeta muestra signos de agotamiento, de deterioro y de alteraciones que ponen en peligro al propio planeta y a todos los seres vivos que lo habitan. No existen fórmulas mágicas para solucionar el problema, pero sí está en nuestras manos recobrar un equilibrio que, como especie, hemos perdido. Una de las claves para ello consiste en planificar u ordenar con criterios sostenibles nuestra actividad. Ordenar y planificar —y por tanto decidir— los lugares idóneos del territorio para cada tipo de actividad o, desde la perspectiva de nuestras necesidades, qué actividades o instalaciones son necesarias en las distintas partes de la geografía vasca. Doble perspectiva para encontrar armonía y equilibrio entre nuestras acciones y el cuidado de nuestro entorno.
La importancia de la Ordenación del Territorio
Ordenar el territorio significa, en definitiva, planificar, como sociedad, qué modelo de territorio y de desarrollo queremos; significa, por ello, organizar cómo nos relacionamos con el territorio que habitamos. Es mucho lo que nos jugamos y son muchas también las decisiones que hay que tomar.
¿Qué importancia y qué lugar le daremos a la producción de energías renovables y dónde se ubicarán las instalaciones para generarla? ¿Qué tierras y qué espacios queremos preservar para la producción agrícola, para mantener nuestra biodiversidad o para frenar/limitar la expansión urbana? ¿Qué medidas se tomarán para que todos los rincones de nuestro territorio sean accesibles, cuenten con oportunidades de vida similares para sus habitantes y no se conviertan en lugares abandonados o marginales?
Estas y otras muchas cuestiones implican decisiones fundamentales que podrían hipotecar el futuro de nuestra calidad de vida y del territorio que la sostiene si no son acertadas. Son decisiones que pertenecen al ámbito de lo que conocemos como Ordenación del Territorio o como Planificación Territorial (en mayúsculas, para resaltar su importancia).
Hoy somos conscientes de que los recursos no son inagotables y de que la sostenibilidad de nuestro modelo de vida requiere, además de algunos cambios profundos, una planificación y una gestión de nuestras acciones. Además, se ha hecho realidad el cambio climático que veíamos como una amenaza todavía hace algunos años.
El caso del País Vasco
La necesidad de organizar y planificar de forma cuidadosa la actividad humana sobre el territorio se hizo patente muy pronto en un territorio tan reducido como el del País Vasco. Una industrialización más temprana e intensa que la de gran parte del territorio español había producido un desarrollo socioeconómico ventajoso, pero había saturado los estrechos fondos de valles, había consumido muchos recursos naturales valiosos y había generado contaminación y daños importantes en el medio ambiente y el paisaje.
Era necesario darse una tregua; resultaba imperioso “poner en orden” la actividad sobre el territorio y pensar en el futuro. Así lo sintieron y lo denunciaron muchos expertos y otros tantos activistas de la ecología en los años ochenta del pasado siglo. También lo sintió la administración vasca que puso en marcha los primeros intentos y las herramientas pioneras para ordenar el territorio vasco.
Las Directrices de Ordenación del Territorial (DOT) del País Vasco
En mayo de 1990, los partidos políticos integrantes del Gobierno Vasco alcanzaron el acuerdo que permitió aprobar la Ley Vasca de Ordenación del Territorio, que constituyó el primer marco jurídico para ordenar la actividad sectorial durante los siguientes veinte años: las infraestructuras, la expansión urbana, la actividad agropecuaria y la explotación de los bosques, entre otras, serían objeto de una planificación coherente, coordinada y respetuosa con el entorno. Siete años más tarde se aprobó el conjunto de pautas y normas que guiaron la planificación del territorio. Fueron las llamadas Directrices de Ordenación Territorial, habitualmente conocidas como “las DOT”. El territorio de la CAPV se organizó en quince áreas funcionales y para cada una de ellas se elaboró un plan de ordenación pormenorizado.
Han pasado más de treinta años desde los inicios de la ordenación del territorio —planificación territorial— en el País Vasco y hoy estamos seguros de que la trayectoria ha sido positiva. La administración vasca —técnicos y políticos— ha aprendido mucho y se puede decir que el esfuerzo ha merecido la pena. Porque, aunque ha habido errores y aunque algunas veces los intereses económicos hayan conseguido triunfar por encima de los ambientales, e incluso de los sociales, se han producido también muchos aciertos y logros. A día de hoy, todo el territorio de la comunidad autónoma está incluido en algún plan de ordenación territorial subregional y, por tanto, cuenta con un instrumento que ordena y regula las actividades posibles y deseables para su desarrollo, su gestión y, por supuesto, su protección.
El territorio no se gestiona de forma unilateral o improvisada. Los departamentos sectoriales de la administración regional y provincial por un lado y los ayuntamientos por otro (ambos con capacidad para intervenir y modificar el territorio) cuentan con pautas y normas que guían y coordinan las acciones territoriales, minimizando sus posibles repercusiones negativas y maximizando los beneficios económicos, sociales y ambientales.
Adaptarse a los nuevos retos
La efectividad de las DOT se demuestra en su capacidad de adaptación a los nuevos retos, necesidades y paradigmas. Este proceso de adaptación culminó en julio de 2019, cuando se aprobaron, por segunda vez, las DOT, en este caso renovadas y, como decíamos, adaptadas a los nuevos tiempos.
El cambio climático, la infraestructura verde, la gestión sostenible de los recursos y de la movilidad, la importancia del hábitat rural y del paisaje, el impulso a un modelo de sociedad inclusiva y que participa en la gestión, la incorporación de la perspectiva de género, el desarrollo interconectado del territorio y de sus áreas urbanas o la atención a los aspectos territoriales del euskera se han convertido en los principios rectores de la construcción y gestión del territorio vasco. Como el propio documento de las DOT recoge, “las bases del modelo territorial revisado proyectan, por lo tanto, un territorio o una política de ordenación territorial que tiene por visión ser una estrategia territorial sostenible, inclusiva, viva, inteligente, equilibrada, interrelacionada y participativa”.
El enfoque y el esfuerzo de las DOT renovadas fueron galardonados con el Premio Nacional de Urbanismo de 2020, concedido por el Consejo Superior de Colegios de Arquitectos de España (CSCAE). Una buena noticia que nos anima a reforzar la confianza en este instrumento a la hora de planificar y gestionar nuestro territorio. Que la ordenación del territorio vasca siga siendo tan participativa como lo fue la elaboración de las DOT renovadas será una de las claves para la continuidad de su eficacia y de su éxito.
Itxaro Latasa es geógrafa, profesora de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad del País Vasco y Vicepresidenta de la Asociación Interprofesional de Ordenación del Territorio (FUNDICOT).