Un año más, el aumento de las temperaturas, derivado de la crisis climática que vivimos, ha devuelto el debate sobre el diseño de nuestras ciudades a la primera línea mediática. Bajo la repetida alerta de “este será el verano más fresco del resto de nuestras vidas”, se han puesto en cuestión años de políticas urbanas dirigidas, en muchos casos, a la creación de espacios sin sombra, duros, donde predomina el asfalto y el hormigón, o a la prioridad del transporte privado frente al público.
En concreto, dos han sido las grandes problemáticas que se han intentado abordar sobre los efectos presentes más significativos que el cambio climático está teniendo en la ciudad y el territorio: las islas de calor y los incendios forestales.
Incendios incontrolados
Los incendios, tal y como pone de reflejo el acontecido en Tenerife, u otros como los de Canadá este verano o los de Australia en 2022, suponen uno de los más importantes retos presentes y futuros; si bien es verdad que los incendios son mecanismos de regeneración natural, también se observa que año tras año parecen haberse vuelto cada vez más destructivos e incontrolados, poniendo en riesgo paisajes naturales, ecosistemas y hasta viviendas, afectando más allá de las áreas quemadas, teniendo incluso impactos globales. Y el aumento de temperaturas no hace sino agravar el problema.
Junto al control y seguimiento de los incendios y la dotación de medios para la extinción, las actuaciones para hacerles frente, de acuerdo a Víctor Resco de Dios, profesor de ingeniería forestal y cambio global en la Universitat de Lleida, requieren contrarrestar décadas de “abandono de los montes”, que en nuestro país se vincula también a la despoblación rural, e impulsar medidas como favorecer la ganadería extensiva y la actividad agrícola; introducir el fuego técnico, a través de quemas prescritas de baja intensidad; desarrollar cortafuegos verdes, o disminuir la espesura de los bosques con el objetivo final de recuperar entornos “vivos, habitados”, protegidos.
Para ello, la información y la gestión son fundamentales; es necesario conocer en detalle los entornos que habitamos, y sus cualidades biológicas, geográficas y forestales; crear mapas y cartografías; entender el ecosistema que los constituye y las actividades que se realizan, y con ello, proponer un diseño y una gestión acordes, que garanticen al mismo tiempo la protección.
Diseño y gestión contra el fuego
Desde el punto de vista del diseño, es especialmente importante, y a fin de garantizar mayor protección de las zonas habitadas, trabajar sobre los territorios intermedios entre lo rural y lo urbano, a menudo formados por urbanizaciones dormitorio o zonas sin una identidad muy clara. Estos espacios son la clave para restablecer una relación sana entre lo urbanizado y lo no urbanizado, en este caso, los bosques.
La solución aquí pasa por crear franjas perimetrales de protección. Estas áreas, de acuerdo al Centre de Recerca Ecològica i Aplicacions Forestals (CREAF) y la Oficina Técnica de Prevención Municipal de Incendios Forestales y Desarrollo Agrario (OTPMIFDA) de la Diputación de Barcelona, que han creado un manual de ejecución y mantenimiento de áreas perimetrales para la protección de incendios forestales, son espacios de, al menos, 25 metros de amplitud en torno a edificaciones aisladas, urbanizaciones u otros núcleos de población donde la forma de la vegetación se establece con el objetivo de minimizar los riesgos: “libre de vegetación seca, con la masa arbórea despejada hasta que presente una densidad inferior a los 150 pies por hectárea, con una separación mínima entre troncos de 6 metros”.
En cuanto a la gestión, a día de hoy muchas ciudades, pueblos o territorios dispersos, como urbanizaciones, están trabajando ya en la apertura y gestión de esas franjas perimetrales, incorporando a la población en el cuidado y protección, retomando el concepto de stewardship (en inglés, «guardianes» o “liderazgos”), que sirve para el mantenimiento de espacios comunes (commons) como bosques. Una cuestión, sin embargo, que conlleva repensar el debate sobre la propiedad, gestión política y el acceso a los recursos, especialmente en zonas de propiedad privada o estatal o donde los posibles beneficios de su gestión no repercuten de alguna manera. en aquellas personas que se dedican a su cuidado.
Islas de calor
Las cada vez más abundantes y extremas olas de calor han puesto de relieve los efectos que el cambio climático tiene sobre los territorios y sus habitantes. El aumento de la sensación de sofoco en nuestras ciudades, y sus problemáticas asociadas, que da lugar incluso a muertes, se podría parcialmente atribuir al cambio climático.
Pero, si bien el cambio climático retroalimenta estos fenómenos, no es el principal causante. Como apuntan Cristina Linares-Gil y Julio Diaz-Jimenez, del ISCIII, años de tendencias de urbanización de plazas duras y escaso arbolado y una fuerte impermeabilización del suelo, sumado al aumento de temperaturas por efecto del cambio climático, propician en muchas de nuestras ciudades el efecto de isla de calor, un fenómeno mediante el cual las áreas de mayor urbanización pueden registrar temperaturas mucho mayores que otras con mayor contacto y permeabilidad con la naturaleza.
Un modelo urbano donde el aumento de temperaturas ha puesto de relieve su escasa sostenibilidad: algunas zonas de nuestras ciudades se han convertido en grandes acumuladores de calor debido a la radiación solar, tal y como refleja el reciente estudio Urban Heat Snapshot presentado por Arup. De acuerdo a este trabajo, Madrid, por ejemplo, es la mayor isla de calor de las seis ciudades analizadas —las otras eran Bombay, El Cairo, Nueva York, Los Ángeles y Londres—, con una diferencia de 8,5 grados centígrados entre el centro y su periferia —si bien este estudio rebaja ese salto considerablemente.
Hace falta mucho esfuerzo para cambiar una tendencia que, durante décadas, ha hecho de un urbanización dura la gran propuesta de lo que debe ser la ciudad: un modelo urbano como una expansión sin límites sobre el territorio apoyado en la movilidad privada y el uso de combustibles fósiles; con construcciones poco adaptadas al clima y que requieren de sistemas activos como aire acondicionado para enfriarlas.
¿Cómo afrontar estas problemáticas desde el desarrollo urbano, desde la ciudad, el urbanismo, la arquitectura? Para empezar, hay que entender que reducir los impactos del cambio climático en las ciudades puede hacerse a través de dos mecanismos: mitigar sus efectos y adaptar nuestros entornos a las nuevas condiciones.
Mitigar: reducción de emisiones, descarbonización y transición energética
Hablamos de mitigar cuando se proponen políticas y acciones con las que limitar la gravedad e impacto de los efectos causados por el cambio climático, tal y como puede ser, por ejemplo, el aumento de temperaturas. La ONU advierte que la mitigación pasa por un cambio en nuestra forma de entender el consumo de energía, potenciando la descarbonización de la economía a través de una transición energética donde se promuevan y desarrollen modelos más limpios, con menor emisiones y más sostenibles. Junto a ello, la restauración de ecosistemas naturales con el objetivo aumentar la absorción de CO2 y reducir así el impacto de las emisiones.
Mitigar, por tanto, requiere de políticas con visiones globales e integradas. Eso no quiere decir que a nivel local no pueda hacerse nada. Las ciudades tienen mucho que decir y proponer. Incluso la arquitectura y el urbanismo, como disciplinas propiamente dichas, no son ajenas al problema, puesto que la construcción es una de las causas que más contribuye al cambio climático. Se necesita atender a modos de construcción más sostenibles, que propicien también la descarbonización, transformando la forma en la que se construyen ciudades y edificios, construyendo con materiales producidos en modelos circulares y con menor emisiones de carbono a la atmósfera, con soluciones que reduzcan el consumo una vez son habitadas y rehabiliten las edificaciones existentes.
La reciente Ley de cambio climático y transición energética, impulsada desde el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO), busca asegurar eso, adecuándose al cumplimiento de los objetivos del Acuerdo de París firmado en 2015. La transición energética es vital; permite no depender tanto de combustibles fósiles, un modelo de vida y consumo que ya sabemos es insostenible. Se requiere un cambio de paradigma que fomente y facilite la descarbonización de la economía, la reducción de emisiones y su transición a un modelo circular que garantice el uso racional de los recursos.
Esto, en el campo de la planificación urbana, implica propiciar acciones y estrategias que permitan devolver el equilibrio al territorio urbano. En los últimos años se ha puesto el foco en actuar ante la crisis climática, tal y como pone de relieve la elaboración en muchos municipios de sus propios Planes de Acción de Agenda Urbana —u otros documentos similares como los PUAM de la Comunidad Valenciana— o el impulso de iniciativas de mitigación del cambio climático como la Misión Europea de las 100 ciudades inteligentes y climáticamente neutras, un acuerdo transnacional para avanzar hacia la sostenibilidad urbana y lograr la neutralidad en carbono en 2030 con más de 100 proyectos piloto de toda Europa, ocho de ellos en territorio nacional: Barcelona, Madrid, Sevilla, Soria, Valencia, Valladolid, Vitoria-Gasteiz y Zaragoza.
Este tipo de acciones e iniciativas establecen el marco para el desarrollo de estrategias territoriales integradas donde las propuestas a largo plazo se compenetran con actuaciones de emergencia que, aunando aspectos tan diversos como la ecología, la movilidad y el urbanismo, permiten repensar la forma en las que se han venido desarrollando las ciudades y territorios que habitamos, a fin de aplicar un conjunto de respuestas que hacen posible transformarlas, propiciando una planificación urbana guiada por los principios de la regeneración urbana y la resiliencia, que son también aspectos claves para avanzar en la adaptación al cambio climáticos de nuestras ciudades y territorios.
Adaptar: renaturalización de las ciudades
La adaptación al cambio climático, como hemos dicho, pasa por aumentar la resiliencia (climática); permitir que nuestros entornos construidos sean capaces de adecuarse a los cambios presentes y por venir: pensar, planificar y adelantarse a los efectos del cambio climático.
Una de las formas es promover procesos de naturalización y de aumento de la permeabilidad del suelo; hacer que las ciudades «respiren», diseñando “con la naturaleza” (y las personas) para que vuelva a ser un agente activo de la ciudad; parte esencial de la misma, rescatando y ampliando los ecosistemas de los que las ciudades siempre han formado parte.
Esta naturalización urbana es la que ofrecen tanto la incorporación de infraestructura verde en las ciudades como las Soluciones Basadas en la Naturaleza (SBN o NBS, por sus siglas en inglés). Ambas son una apuesta firme y decidida por la resiliencia y enfrentan los retos de la sociedad de forma efectiva y adaptable, proporcionando, simultáneamente, bienestar humano y biodiversidad; representan, por ello, una herramienta clave para la lucha contra el cambio climático: ponen un especial énfasis en la naturalización de la ciudad, ayudan a mejorar la cohesión social, transforman los modelos productivos hacia otros más sostenible y, como parte del proceso, combaten la vulnerabilidad urbana.
Por estas razones, tanto una como otra ocupan un eje prioritario en nuestro trabajo y las hemos explorado en trabajos como GrowGreen, en el barrio de Benicalap, Valencia, donde se han aplicado soluciones basadas en la naturaleza, fomentando procesos de naturalización a través de diferentes escalas de aproximación, o como en la incorporación de la infraestructura verde en el Casco Medieval de Vitoria-Gasteiz.
El caso de los refugios climáticos
Estas estrategias de adaptación, cuando se aplican de forma estratégica e integral, constituyen medidas a medio y largo plazo. La reincorporación de la naturaleza en las ciudades necesita de tiempo para desplegarse, para propiciar un cambio real y efectivo sobre los ecosistemas, lo que hace necesario el desarrollo de estrategias a corto plazo que mitiguen el efecto isla de calor que presentan ahora muchas ciudades. Por eso es importante acampar estas acciones de proyectos a corto plazo, que actúen antes las posibles emergencias y las urgencias.
En la actualidad, una de las soluciones que más están comenzando a aparecer, gracias a su capacidad de acción a corto plazo, es la creación de los denominados refugios climáticos. Se trata de una acción social que, en lugares como Barcelona, donde se puso en marcha en 2019 con bastante éxito en su implementación una red de refugios de este tipo, se dirige en especial para atender a los grupos más vulnerables, «personas que, por su situación socioeconómica o bien por su condición, salud o edad, sufren de manera más directa los efectos del calor”. Los refugios climáticos son, en definitiva, espacios de confort térmico donde hacer frente al efecto isla de calor, ofreciendo espacios refrigerados para la ciudadanía y permitiendo reducir el estrés térmico producto del excesivo y sostenido calor urbano.
Sin embargo, es importante entender su aplicación más allá; muchas veces los refugios climáticos se entienden como espacios de confort térmico para personas exclusivamente y a veces esto se traduce en equipamientos ya existentes con aire acondicionado, como bibliotecas o centros culturales. Los refugios climáticos abren diversas oportunidades para crear espacios y diseños realmente resilientes, es decir, se trata de aprovechar la coyuntura para imaginar un cambio efectivo y real, con la vista a medio y largo plazo: pensar en equipamientos con sistemas de climatización pasiva, con energía eficiente de fuentes sostenibles para alimentar aires acondicionados, e implementar políticas de infraestructura verde que, a parte de de dar sombra y reducir temperatura, mejoren la permeabilización del suelo y los sistemas de drenaje, diseñándolos además con criterios de convivencia interespecies, para fomentar la biodiversidad en nuestras ciudades. Es decir, que sean, también, refugios de fauna.
¿Hacia dónde y cómo?: por una gobernanza climática participativa
Para enfrentar los efectos del cambio climático es, por tanto, necesario un cambio de paradigma; un cambio cultural y de comportamiento a todos los niveles es clave para conseguir la transición del modelo energético y los objetivos de neutralidad climática. Pero, más allá de las necesarias acciones para propiciar la mitigación o la adaptación de sus efectos en nuestras ciudades, Paisaje Transversal creemos que para lograrlo la ciudadanía debe jugar un rol central en este cambio, mucho más allá de ser usuaria o consumidora de servicios y bienes.
¿Cómo pueden las ciudades ser capaces de movilizar, motivar e implicar a la ciudadanía y los actores urbanos en los grandes retos y transformaciones que supone actuar frente al cambio climático? Es necesario abordar la participación desde diferentes ámbitos y con diferentes estrategias: sensibilizar para generar cambios en patrones individuales, capacitar a colectivos específicos para que lideren iniciativas propias, codiseñar soluciones que aprovechen la inteligencia colectiva y cogestionar recursos para distribuir la responsabilidad y los beneficios a partir de colaboraciones público-ciudadanas, complementarias y alternativas a las colaboraciones público-privadas.
Sensibilización
Sensibilizar implica propiciar un cambio sociocultural suficiente para dar lugar a la transformación deseada, en este caso la acción frente al cambio climático. Avanzar hacia una movilidad sostenible, por ejemplo, enfrenta en muchas ocasiones grandes reticencias ya que requiere concienciar sobre los efectos adversos que el uso del coche privado tiene sobre la salud, la movilidad y la calidad del espacio público y los beneficios de la movilidad activa, a pie o en bici, o el uso del transporte público. No vale solo con crear oportunidad o leyes, tampoco con mensajes publicitarios, sino que se ha de mostrar esos posibles beneficios.
Capacitación
A diferencia de la sensibilización, que se dirige a la ciudadanía en general, la capacitación se orienta a una ciudadanía que tiende a estar organizada y, en muchas ocasiones, asume un papel activo, es decir, que requiere cierta implicación social para que funcione, dándole en el proceso herramientas suficientes para propiciar su actividad. Ello necesita también de un plan de comunicación más personalizado, suficiente para poder generar confianza y empatía en las medidas a implementar.
Cocreación
El principal objetivo de este punto es la creación de acciones transformadoras concretas de la mano de la sociedad civil en su conjunto y, en particular, de aquellos agentes que resulten clave en el proceso y los proyectos, a fin que sea parte de su definición y concreción. Ello hace necesario la creación de distintos espacios de participación: oficinas de diseño abiertas, talleres, espacios de debate y de consultas generales, que permitan tanto recibir aportaciones y propuestas como dar a conocer el trabajo de técnicos del Ayuntamiento y el aporte del sector privado, profesionales de distintas disciplinas o ciudadanía general.
Cogestión
Implica pensar nuestras ciudades desde la participación activa y continua de los distintos agentes que la conforman, desde la administración publica a la ciudadanía y el sector privado. Innovar formas de participación es importante, especialmente para crear un sentido de pertenencia. Así, y en lo que se refiere a la naturalización frente al cambio climático, se puede proponer, por ejemplo, ideas como la implementación de lo que denominamos en nuestras ciudades “custodia compartida de la naturaleza”, un modelo de gestión que no queda limitado únicamente a la administración, sino que se abre y comparte con la ciudadanía, a fin de ofrecer sentimientos de pertenencia y de cuidado de los entornos que habitamos.