“Los arquitectos contemporáneos han de hacer todo lo posible para que la arquitectura sea cada vez menos representación de sus diseños y cada vez más la de sus usuarios”.
-Giancarlo De Carlo
Nacido en Génova en 1919 y militante anarquista desde su juventud, el arquitecto Giancarlo De Carlo fue también un importante docente y pensador de la ciudad de su tiempo, exponiendo nuevas y diversas ideas sociales para la reconstrucción de las ciudades italianas tras la Segunda Guerra Mundial y la necesidad de la construcción de la vivienda social.
Tanto en sus textos como en sus proyectos construidos, De Carlo denuncia la ciudad moderna, especialmente aquella fundada bajo una rígida burocracia, que ofrece una visión exclusivamente técnica y funcionalista de sus problemas. Al contrario, De Carlo aboga por una urbe adaptada a las condiciones sociales y ambientales del lugar, más humana, menos abstracta. Fruto de estos esfuerzos e intereses es también su participación en el Team 10, junto a otros críticos de los rigidos postulados modernos derivados del CIAM como Aldo van Eyck, Jaap Bakema o Alison y Peter Smithson, que, como De Carlo, exponían la necesidad de recuperar la calidad de la vida (y la vida de calidad) en la arquitectura: un mundo donde los usuarios se desplieguen libres, sin las ataduras de un severo formalismo.
El pensamiento de De Carlo hoy
La editorial Bartlebooth recupera ahora en castellano algunas de sus ideas en un libro que compila dos de sus escritos: el que da título al libro, El público de la arquitectura, y Una arquitectura de la participación. Algo a celebrar, pues, pese a que estos textos se enfocan a en una crítica de su tiempo, la vigencia de su pensamiento subyace en que hacen frente a problemáticas que aún persisten: la relación de la arquitectura con el poder, la visión elitista, la negación de la ciudadanía en los procesos de diseño, el problema de la especulación, etc.
Así, los ensayos «analizan la complicidad de la arquitectura en la materialización de las brechas sociales impuestas por las estructuras del poder económico, político y cultural», y», al tiempo «cuestiona(n) el papel de las escuelas, la crítica y los medios en la consolidación de la inconsistencia y la vagancia de la posición del arquitecto», y defiende «otras formas de hacer arquitectura para la construcción de otro mundo (…): uno no clasista, no racista, no violento, no represivo, no alienante, no especializado, no unificador».
Por qué la participación
La mayor herramienta que De Carlo encontrará será la participación. Desde ella, expone una crítica a esa ciudad pensada desde arriba, abstracta, proyectada en la distancia, e introduce, como contraposición a ese modelo de urbanidad, la defensa de un cambio disciplinar que permita, también, adquirir un compromiso político con el trabajo que se realiza. Es especialmente interesante, en este sentido, repasar los «cuatro apuntes» que en Una arquitectura de la participación se recogen para la ciudad: desde el proceso del proyecto al planteamiento en una transformación que lleve a imaginar la arquitectura y el diseño como algo que dejen de ser un modelo impuesto y, por tanto, autoritario.
Es esa crítica al autoritarismo la que, como apunta Ethel Baraona en la introducción que da paso al pensamiento de De Carlo, lleva a una necesaria crítica del autor: a esa arquitectura y a esa ciudad que se alimentan y definen desde el ego individual. Abogando por otro modelo, en sus procesos «De Carlo ponía énfasis en la diferencia entre diseñar ‘para’ y diseñar ‘con’, evitando de esta forma una arquitectura paternalista y que pretendía dar soluciones únicas e incontestables».
A través de la participación, la arquitectura, el diseño y la ciudad dejan de ser un sistema cerrado y acotado, y pasan a pensarse como algo abierto, capaces de abrirse a los cambios y a las nuevas necesidades. La participación «introduce (…) una pluralidad de objetivos y acciones cuyos resultados no pueden ser previstos de partida. Esto conlleva también entender que la vida social es cambiante, que se reconfiguran los intereses y que emergen nuevas necesidades. Por ello, la arquitectura y el diseño no se agotan en una imagen fija, sino que continúa por mucho tiempo después. La vida siempre sigue más allá. Una imagen fija resulta entonces problemática. La intención de De Carlo es, entonces, pensar el diseño desde su capacidad de desplegar el desorden, no como caos sino aquello no proyectado ni previsible de antemano, y aquello permite que la ciudad sea apropiable por la ciudadanía.
Este cambio de mentalidad propuesto por De Carlo es un hecho vital también hoy, y que defiende lo que, en resumen, dice De Carlo su famoso aforismo: «La arquitectura –y, añadimos, la ciudad– es demasiada importante para ser abandonada a los arquitectos».