Actualmente, las ciudades enfrentan simultáneamente retos climáticos, sociales, económicos y demográficos, por lo que contar con una visión estratégica clara ya no es opcional. Las Agendas Urbanas nacen precisamente como respuesta a estas complejidades. Son documentos estratégicos, de carácter voluntario y no normativo, que, en línea con la Agenda 2030 y la Nueva Agenda Urbana, de las Naciones Unidas, y la Agenda Urbana de la Unión Europea, que ayudan a los municipios a ordenar prioridades, canalizar recursos, alinear políticas locales y proyectarse hacia un futuro más sostenible, inclusivo y resiliente.
Aunque no son obligatorias ni tienen carácter normativo, desde la aprobación de la Agenda Urbana Española (AUE) en 2019, sí han sido incentivadas desde convocatorias estatales y programas, como la reciente Convocatoria Planes EDIL (Planes de Actuación Integrados de Entidades Locales), financiada con fondos FEDER 21-27. Allí donde se han impulsado con convicción, han permitido integrar políticas multisectoriales, anticipar conflictos urbanos y reforzar la gobernanza local. En esencia, han ayudado a muchas ciudades a dejar de pensar solo en el presente inmediato y comenzar a construir respuestas para los desafíos por venir.
Instrumentos para abordar la resiliencia: sobre las agendas urbanas y las agendas de reconstrucción
Ese enfoque estratégico ha adquirido especial relevancia tras episodios como la DANA que afectó al sur de la provincia de Valencia, un fenómeno que también puede repercutir de forma similar a buena parte del litoral mediterráneo. Inundaciones, infraestructuras colapsadas, barrios aislados y servicios desbordados evidenciaron la fragilidad urbana frente a fenómenos extremos cada vez más frecuentes. Ante esta realidad, surgió una necesidad urgente: avanzar en políticas concretas de resiliencia urbana.
La respuesta no fue solo técnica o de emergencia. Muchos municipios comprendieron que reconstruir no bastaba: era necesario transformar la visión de la ciudad. ¿Cómo evitar repetir los mismos errores? ¿Cómo reducir la exposición al riesgo? ¿Cómo convertir una crisis en una oportunidad para hacer mejor las cosas? De esa reflexión surgió una nueva herramienta: las Agendas Urbanas de Reconstrucción.
A diferencia de las agendas convencionales, estas son respuesta directa y concreta al impacto de una crisis climática. Toman como punto de partida los daños, las vulnerabilidades y las limitaciones institucionales que la emergencia ha dejado al descubierto, y proponen desde ahí una hoja de ruta que no solo repare, sino que redefina la ciudad. Su marco sigue siendo la Agenda Urbana Española, pero con un énfasis reforzado en el Objetivo Estratégico 3 de la misma: prevenir el cambio climático y mejorar la resiliencia.
Desde la adaptación de infraestructuras al riesgo climático hasta la integración de soluciones basadas en la naturaleza, pasando por la revisión del planeamiento urbanístico, la dotación de nuevas soluciones habitacionales o el refuerzo de los sistemas de alerta temprana, estas agendas permiten aplicar principios clave allí donde la urgencia los ha hecho ineludibles. No se trata únicamente de reconstruir infraestructura dañada, sino de repensar la relación de la ciudad con su entorno y sus dinámicas.

En la Comunidad Valenciana, esta lógica ha comenzado a tomar forma, y tras la DANA, se ha impulsado un proceso de reflexión urbana que ha desembocado en estrategias locales centradas en la resiliencia. Los primeros resultados muestran que incluso localidades medianas o pequeñas pueden liderar procesos de transformación compleja, especialmente cuando cuentan con apoyo institucional, financiación adecuada y una comunidad activa. El valor diferencial de estas agendas está en su enfoque integral. No son sólo ambientales, ni estrictamente técnicas: incorporan también dimensiones sociales, económicas, de género, vivienda o movilidad. En definitiva, ayudan a construir ciudades más preparadas y más justas. Las Agendas Urbanas de Reconstrucción ofrecen un marco. Una dirección. Una oportunidad para transformar la catástrofe en aprendizaje y el aprendizaje en acción.
De la vulnerabilidad a la resiliencia: planificar ciudades que sepan anticiparse y responder
Enfrentar el cambio climático desde las políticas urbanas exige algo más que respuestas puntuales. Las ciudades deben avanzar hacia un enfoque integral, basado en el reconocimiento del papel de la actividad humana en el incremento de las amenazas derivadas del cambio climático y en el conocimiento del riesgo, la anticipación y la transformación. Es precisamente en este punto donde las Agendas Urbanas, y especialmente sus versiones de reconstrucción, cobran todo su sentido.
En territorios como la Comunidad Valenciana, donde las amenazas más visibles están ligadas a fenómenos extremos como las inundaciones, no debe perderse de vista que existen otros riesgos igualmente relevantes. El aumento sostenido de las temperaturas, las olas de calor, las sequías prolongadas o los incendios forestales forman parte del mismo escenario de crisis climática. Por eso, abordar la adaptación y la construcción de territorios resilientes exige una mirada amplia, que no se limite a lo que ya ha ocurrido, sino que contemple todo aquello que podría ocurrir.

Para que el urbanismo pueda responder con mayor y mejor eficacia, lo primero es entender en qué ámbitos actúa el cambio climático y sobre cuáles vamos a trabajar. No todos los impactos son iguales, ni afectan de la misma forma. Por ello, el primer paso es conocer el nivel de riesgo de cada municipio. Este análisis puede organizarse en torno a grandes dimensiones que concentran el mayor nivel de riesgo: las personas, las infraestructuras y servicios públicos, la vivienda, la actividad económica y la naturaleza.
Las amenazas impactan directamente sobre cada una de estas categorías y sobre esta presenta distintos niveles de exposición y vulnerabilidad, que dependen de factores como la localización, las condiciones sociales, la planificación previa o la capacidad institucional de respuesta. Cuanto mayor es la combinación de exposición y vulnerabilidad, mayor será también el impacto de cualquier evento extremo. Analizar estas dimensiones resulta fundamental para identificar las políticas, proyectos y programas que deben integrar una Agenda Urbana de Reconstrucción (AUR) para dar una respuesta coordinada que sea efectiva a las necesidades y las urgencias de cada municipio.
Desde ahí, las Agendas Urbanas de Reconstrucción proponen una estrategia y un plan de acción integral en el que se articulan proyectos vinculados a los diez objetivos establecidos por la Agendas Urbana Estatal. Sin embargo, las AUR no se limitan a reproducir ese marco, sino que lo adaptan y refuerzan desde la experiencia concreta de los territorios afectados. Su propósito es integrar en estos diez objetivos soluciones específicas que respondan a las vulnerabilidades detectadas y fortalecer la capacidad adaptativa de los territorios, con especial atención a los grupos y sectores más sensibles a los impactos del cambio climático.
Para ello, es necesario un plan de acción que intensifique la gobernanza local, la prevención, la preparación y la capacidad de respuesta ante los impactos del cambio climático.
En primer lugar, reforzando la gobernanza local, clave para coordinar y fortalecer redes de actores, compartir información, generar conocimiento científico y tomar decisiones con perspectiva de largo plazo. Una ciudad resiliente no puede improvisar: necesita instituciones preparadas , sociedades organizadas y mecanismos eficaces de colaboración multinivel.
El segundo frente es el urbanismo preventivo. Regenerar el territorio incorporando criterios de adaptación climática —reubicar y/o proteger construcciones situadas en zonas inundables, potenciar la infraestructura verde y azul y las soluciones basadas en la naturaleza, impulsar actividad económica de proximidad y solidaria o diseñar espacios públicos resistentes al calor— permite reducir los efectos antes de que se produzcan. Prevenir es siempre más eficiente que reparar.
A ello se suma la preparación ante emergencias, que implica no solo contar con sistemas de alerta temprana o protocolos de actuación, sino también formar a la ciudadanía y mejorar la capacidad logística de respuesta. La preparación es lo que convierte una amenaza en un desafío manejable.
En cuarto lugar, se añaden las medidas de respuesta, que se activan cuando el evento extremo ya se ha producido. Aunque deberían ser mínimas si las fases previas han funcionado, es esencial contar con los recursos y la coordinación necesarios para proteger a la población y restablecer los servicios esenciales mediante operaciones de salvamento, asistencia social y abastecimiento básico. La eficacia en la respuesta inmediata resulta determinante para reducir los daños y acelerar la recuperación.
Pero el objetivo final no debe limitarse a resistir. Se trata de transformar la ciudad, de aprovechar la urgencia climática para revisar el modelo urbano en su conjunto. Y es ahí donde las Agendas Urbanas de Reconstrucción atentas a los 10 objetivos de la AUE ofrecen un marco claro y flexible: permiten diseñar estrategias integrales que conectan la respuesta al riesgo climático con otras prioridades como la vivienda, la movilidad, la cohesión social o la equidad territorial.
Solo con una mirada amplia, conectada y basada en la anticipación, las ciudades están realmente preparadas para enfrentar los efectos del cambio climático. No se trata sólo de adaptarse. Se trata de cambiar para mejor.
El camino hacia la resiliencia está en marcha: planificar juntas lo hace posible
La DANA que afectó al sur de la provincia de Valencia visibilizó la fragilidad de muchos municipios frente a los fenómenos extremos, pero también marcó un punto de inflexión. Hoy conocemos mejor nuestras vulnerabilidades y, como hemos visto, disponemos de metodologías, herramientas y recursos para transformarlas en fortalezas. Esa es la luz al final del túnel: la posibilidad de construir colaborativamente municipios más resilientes, conscientes, preparados para convivir con el clima que viene y capaces de ofrecer entornos más seguros y habitables.
Los marcos que proponen las Agendas Urbanas de Reconstrucción construyen lo que entendemos como resiliencia: la capacidad de los territorios de adaptarse a las amenazas que supone el cambio climático, de anticiparse a sus efectos y de responder de forma más eficaz. Mejorando la capacidad de adaptación y reduciendo la sensibilidad de nuestras ciudades, se logra reducir el impacto de los fenómenos extremos y proteger no solo las infraestructuras o los servicios públicos, sino también la vida cotidiana, la cohesión social y el futuro de las comunidades locales.
El impacto económico del cambio climático y los costes que implica la reconstrucción tras cada emergencia ascienden a cientos de millones de euros, y eso sin contar los efectos que no solemos medir en términos monetarios: la pérdida de identidad, de historia, de vínculos sociales, de confianza institucional. Cada evento extremo deja huellas visibles e invisibles. Por eso, construir resiliencia no puede entenderse como un capricho o como una aspiración a largo plazo: es una inversión necesaria, urgente y estratégica.
Las agendas urbanas de reconstrucción permiten identificar con antelación los puntos débiles del sistema urbano, priorizar inversiones y establecer mecanismos de respuesta que reducen significativamente el impacto de las crisis futuras. Planificar bien desde la mirada colectiva es, en última instancia, la forma más eficaz de ahorrar, proteger y sostener el desarrollo local.
