
La participación permite establecer una reflexión, debate y definición conjunta sobre una ciudad o un territorio, diseñando y construyendo colaborativamente las soluciones, estrategias o acciones que permitan alcanzar un horizonte común.
Los procesos participativos se vuelven más complejos de gestionar conforme nos acercamos a la escala territorial, ya que deben integrar no solo a un mayor número de participantes y agentes, sino que también tiene que abordar particularidades relativas a su dimensión y grado de abstracción. Es determinante entonces establecer herramientas con las que realizar una reflexión amplia y global, que vincule instrumentos y documentos de planificación diversos y que, al mismo tiempo, plantee un modelo de gestión del territorio más democrático, en el que las entidades y los agentes locales se vean involucradas de forma plena y transversal.
Por tanto, conforme aumenta la escala, los procesos participativos deberán de integrar mecanismos que hagan posible ese intercambio de saberes, perspectivas y aprendizajes, siempre desde la igualdad, la tolerancia y la diversidad.
Sin embargo, la relativa falta de implicación por las cuestiones territoriales de entidades o agentes locales suele estar producida por la “lejanía” con la que se perciben los instrumentos de planificación a gran escala. Si se piensa de esta manera, los instrumentos pueden ser percibidos como una imposición, en el que la vieja lógica top-down (la planificación ejercida de arriba abajo) es la prioritaria.
La lógica bottom-up
Por el contrario, una perspectiva bottom-up (de abajo arriba) no sólo permite un mayor participación activa de las entidades y agentes locales en las decisiones sobre el territorio, sino que se ejecuta en vínculo con los diversos instrumentos de planeamiento territorial y urbano, en un planeamiento en red, no en cascada, que no solo responda a un proceso puntual que se ejecute cada 20 años. En definitiva, la participación en una escala territorial, debe ser algo vivo como los propios documentos. De este modo, se podrían reservar espacios y mecanismos de participación en el desarrollo de dichos planes de carácter territorial (PTP, PTS, PGOU, etc.) en los que se pueda reflexionar y hacer aportaciones en el tiempo.

Estos procedimientos se deberían de ejecutarse desde una lógica pedagógica y participativa, permitiendo debatir el alcance estos instrumentos y sus contenidos, aplicados, a su vez, a las afecciones concretas que tengan éstas sobre el instrumento de planificación a revisar.
Así, por ejemplo, durante la revisión de un Plan General de un municipio, se podrían organizar jornadas para explicar cómo afectan los instrumentos a dicho Plan y aprovechar esos momentos para realizar talleres y consultar a agentes a nivel local. Todas esas aportaciones se podrían recopilar, resumir y clasificar según los criterios establecidos en el presente proceso participativo. De esta manera, existiría un método de sistematización de la información en estos procesos que posteriormente pudiera ser volcado en los documentos territoriales.
Trabajo en red
De esta manera, los diferentes nodos locales (municipios, comarcas, Áreas Funcionales, etc.) constituirían una red de planificación territorial desde la que plantear de manera más proactiva aspectos a modificar en una escala territorial, para lo cual habría que estudiar, sin duda, los enlaces de dicha red a través de sistemas de relación y transferencia de las aportaciones realizadas.

Una red así debe operar desde una lógica multinivel, en las que estas aportaciones se trabajan, en primera instancia, desde la óptica municipal, para, posteriormente, escalar hacia escenarios de interrelación entre planeamientos a nivel supramunicipal, lo que conlleva establecer mecanismos para la puesta en común de las aportaciones realizadas.
Esta forma de realizar la participación tiene como resultado mejor conocimientos y mayor implicación de la población y las entidades locales sobre la planificación territorial, no limitándose ya a ser meros espectadores, sino estableciendo un vincula activo que aumente la sensibilización social acerca de los temas territoriales y la aceptación de las disposiciones establecidas. Además, un proceso participado, extendido en el tiempo y de carácter multinivel, permite establecer herramientas de planificación más resilientes y adaptables a los cambios y necesidades por venir.
En definitiva, un sistema de planificación territorial que atienda a las lógicas bottom-up, invirtiendo la actual lógica del planeamiento en cascada por una planificación en red, genera una mayor armonía entre los diferentes instrumentos de planeamiento territorial y urbano, permitiendo avanzar así hacia modelos de gestión del territorio más democráticos y transparentes.