por Elvira López Vallés (@elvirilay)
El objetivo del proyecto, de forma muy resumida, es la mejora de la convivencia y del uso de los espacios compartidos de Gabriela Mistral, en el barrio Oliver (Zaragoza). Las herramientas, los procesos y las acciones han sido muchos y muy interesantes, gracias a los conocimientos, las habilidades y la visión global de las trabajadoras sociales que coordinan el proyecto. Quiero compartir aquí mi visión subjetiva, fascinada por su trabajo, por sus recursos y por su capacidad de planificación.
Imagen de una de las plazas del conjunto Gabriela Mistral
A grandes rasgos, Gabriela Mistral consiste en casas de ladrillo con vivienda en planta baja, aceras estrechas y zonas de tierra; ropa tendida y antenas. Y grandes charcos cuando llueve. Un lugar sin aparente atractivo, al que ningún visitante de otras zonas de la ciudad se acerca. Un lugar a veces peligroso, manchado por la droga y con un elevado porcentaje de población marginal. Sin embargo, das un paso hacia dentro y comienzas a añadir detalles a esta visión —la impresión tan genérica e injusta que se tiene de un extraño—.
Y descubres. Descubres que los niños aún juegan en la calle. Que molestan a los abuelos que sacan sus sillas al atardecer. Que los gitanos cantan por la noche. Que todos se molestan y algunos pocos se ayudan, porque conviven mucho y muy de cerca (aunque tantos no se conocen…). Que los bancos están llenos de vecinos al caer el sol, ahora en verano, porque además desde ellos se ve venir el autobús. Que la señora Carmen cogió la «batica» que se le voló a la Piluca:
—«Aaay, si no sería que estiraron…»
—«Que no, Pilu, que le pone usté unas pinzas muy malas.»
Aquí todavía saben hacer suya la calle, pero cuando quitas la poesía se desnuda la melancolía por una identidad que se desdibuja, un sentimiento herido de pertenencia. Hay problemas graves entre algunos vecinos y, como dice mi compañera Elena, «nosotros no llegamos con la varita mágica y resolvemos los conflictos». Hay personas que están sufriendo mucho desde hace tiempo. Hay quien ya no tiene ganas de luchar. Están cansados de la suciedad, de la falta de respeto, de la ausencia de compromisos y convivencia e incluso del miedo… Y de las goteras en el tejado, la escalera sucia y los cristales rotos. Existen problemas graves y complejos, y gente que ha luchado mucho. Algunos aún aguantan.
Por eso se comenzó tratando de conocer en profundidad a los vecinos de Gabriela Mistral y a los agentes y proyectos que allí ya intervienen. Porque —se repite en mi cabeza— no llegamos con una varita mágica para arreglar todo. Comprender la situación actual y cómo se ha llegado a ella es básico para poder tratarla. Con este punto de partida aterrizamos en el proyecto Rehabitat.
Cartel anunciador de una actividad del proyecto Rehabitat
Las herramientas utilizadas para esta fase fueron meticulosas y efectivas: encuestas casa por casa, testimonios audiovisuales del modo de vida y reuniones con los agentes sociales. Tras este primer diagnóstico, desarrollado por trabajadores sociales, se elaboraron las acciones o fases del proyecto. A continuación, este se presentó en una de las plazas del barrio. La acción sobre los espacios había comenzado. Me emociono al recordar cómo lo hicieron, porque en ocasiones no es fácil captar la atención de un vecindario. Prepararon una representación teatral, en la que parodiaban a los arquitectos y su forma de llegar a los lugares y pintar todo de rosa, a los vecinos… Con sentido del humor acercaron poco a poco posturas, razonando en medio de extremos y visiones conflictivas. Se supo captar la atención de mucha gente y explicar de una forma clara el proyecto Rehabitat.
A partir de ahí, y durante los dos años siguientes, se desarrolló un plan de convivencia con los vecinos y de coordinación con los agentes sociales, en lo que se denominaron «Acciones 1 y 2». Se generaron espacios de encuentro entre los habitantes, que se utilizaban para transmitir valores como el respeto, la limpieza, la responsabilidad… Se celebró un taller de alimentación sana, otro de cocina y otro de hogares verdes. Cada vez más gente conocía el proyecto Rehabitat y sus objetivos. Y lo hacían más suyo: se extendía la necesidad y la voluntad de la convivencia. Gente del barrio que nunca había concebido adoptar un mínimo de responsabilidad, que nunca había permitido que una regla ajena entrara en su vida, se enorgullecía de las horas de asistencia que aparecían en el diploma del curso de cocina. Habían acudido con más o menos asiduidad a las clases. Todo estaba delicadamente preparado. Simultáneamente se dinamizaban los espacios comunes, enseñando a los niños otra forma de jugar, sin tirar piedras y sin molestar a los mayores. Estas actividades (la «Acción 3») se llevaron a cabo durante todo el verano de 2010.
A continuación, comenzó el proceso de participación: la «Acción 4» del Rehabitat en el barrio Oliver. Es en este momento cuando entré de prácticas en la Sociedad Zaragoza Vivienda y comencé a colaborar. La participación, ese concepto enarbolado hoy en día como tan necesario, tomó a lo largo del proceso un cariz humano y fascinante para mí. En mis reflexiones e ideas apoyaba este necesario cambio en el urbanismo, la ciudad y la política; y conocía experiencias en las que los medios digitales habían posibilitado lo que hace unos años parecía una entelequia utópica. Pero ¿cómo puede hacerse posible la participación entre personas sin ninguna educación acerca de lo comunitario, sin voluntad de formar parte activa del barrio y sin conocimientos digitales? ¿Cómo puede extraerse esa información necesaria, facilitada por la participación, y que nos iba a servir para diseñar los espacios públicos finalmente? Se organizaron lo que bautizamos como «brigadas»: Una de urbanismo, otra de usos y costumbres, otra de historia y una última de niños. A través de estos pequeños grupos se recogió el estado actual (brigada de urbanismo), el uso que se da a la plaza (brigada de niños y brigada de usos y costumbres) y los significados emocionales de todos sus rincones (brigadas de usos y costumbres, y encuestas), todo ello reflejado en mapas (imagen). Además, construimos una línea temporal con los recuerdos de los más mayores (brigada de historia).
Mapas elaborados a raíz de la labor de las «brigadas»
Con ellos diseñamos los pequeños cambios que se podían ejecutar en las plazas: girar los bancos para que no miren a las ventanas, construir jardineras para colorear el color terroso en que está inmerso el barrio, poner papeleras (que se plantaron con los niños), ensanchar las aceras… Se formó un grupo de vecinos, en colaboración con el INAEM, a los que se ha enseñado un oficio. Son ellos los que están realizando las obras.
Cada plaza (son 8 espacios interbloques) tiene su propio carácter. La de la pista es una de las más utilizadas en el conjunto de Gabriela Mistral. A partir del proceso participativo, se detecta que, quizás por eso, es uno de los espacios que más disensiones genera. Hemos debatido la cuestión con los vecinos para encontrar una solución lo más consensuada posible, en lo que respecta a su uso y a su diseño. Tras varias reuniones, llegamos a este punto, en el que se ha decidido el diseño y la transformación de la pista en un espacio de juegos, que llevaremos a cabo los mismos vecinos del barrio, utilizando materiales reciclados y aprovechando las habilidades de gentes de aquí y de fuera que quieran colaborar.
La acción sellevará a cabo en dos fines de semana, el del 28 y 29 de enero y el del 4 y 5 de febrero. Las jornadas estarán abiertas a colectivos y personas de toda la ciudad y de fuera de ella.
Os seguiremos contando…
Elvira López Vallés es arquitecta y pertenece a los colectivos Entretenderos y Arkitiriteros
Revisión y corrección de estilo del texto a cargo de Sara Hernández Pozuelo