por Guillermo Acero Caballero
La ciudad ya no se experimenta de la misma manera. Las redes de comunicaciones entre ciudades, las redes subterráneas de las propias ciudades, los sistemas de telecomunicaciones a nivel global, han alterado sin duda la manera en que percibimos nuestras urbes, y sin embargo éstas siguen presentando el mismo aspecto. La continuidad del aún llamado espacio público sigue dominando la labor proyectual, pero se ha demostrado obsoleta como sistema de percepción de lo verdaderamente urbano. El espacio que configura la ciudad –aunque este concepto parezca ya un poco obsoleto- muestra una complejidad que el arquitecto no sólo no es capaz de concebir, sino que rechaza en favor de un muestrario de recursos de diseño, bajo la excusa de dotar a la propuesta de integridad arquitectónica, de una idea que integre forma y fondo. Parece que no nos demos cuenta de que, en la ciudad que hoy vivimos, la forma y el fondo se hallan habitualmente en conflicto.
Las ciudades ya no son como creemos, seguramente ni tan siquiera son como esperamos que sean. Los cambios que en ellas se han producido, desde un tiempo que parece indefinido, han transformados las antiguas ciudades, en macroorganismos costosos de asimilar al concepto que se tenía acerca de lo que una ciudad debía ser. Las estructuras -o inestructuras- urbanas se tornan a cada momento más complejas, más confusas, y por tanto más difícilmente representables –y pensables-. El conjunto de variables de las que se dispone en cada momento resulta tan inabarcable que parece haberse optado la vía del reduccionismo. Dos han parecido ser los bandos en los que posicionarse durante las últimas décadas; la vía del racionalismo por un lado, la del deconstructivismo por otro. Más allá de consideraciones morales, ambas han demostrado su ineptitud a la hora de enfrentarse a los procesos que se dan en las estructuras urbanas que hoy vivimos. Las secuelas de ambas líneas son, junto con la pervivencia historicista, el principal lastre con el que cargan las ciudades en la actualidad. Un temor irracional a las ciudades que vimos en las películas de ciencia ficción parece haberse apoderado de los organismos administrativos, incapaces de imaginar más allá de la ciudad histórica.
Los procesos tradicionales de generar arquitectura se han demostrado en este punto estériles. No se puede abordar el trabajo sobre los espacios urbanos de la misma manera que se trabajaba sobre la ciudad tradicional. Los procesos de proyectación de objetos arquitectónicos resultan, a día de hoy, mucho más avanzados que las técnicas de análisis urbano, que se han mostrado incapaces siquiera de considerar la multiplicidad de fenómenos y presiones sociales presentes en los aparatos urbanos.
La ciudad ya no se experimenta de la misma manera. Las redes de comunicaciones entre ciudades, las redes subterráneas de las propias ciudades, los sistemas de telecomunicaciones a nivel global, han alterado sin duda la manera en que percibimos nuestras urbes, y sin embargo éstas siguen presentando el mismo aspecto. La continuidad del aún llamado espacio público sigue dominando la labor proyectual, pero se ha demostrado obsoleta como sistema de percepción de lo verdaderamente urbano. El espacio que configura la ciudad –aunque este concepto parezca ya un poco obsoleto- muestra una complejidad que el arquitecto no sólo no es capaz de concebir, sino que rechaza en favor de un muestrario de recursos de diseño, bajo la excusa de dotar a la propuesta de integridad arquitectónica, de una idea que integre forma y fondo. Parece que no nos demos cuenta de que, en la ciudad que hoy vivimos, la forma y el fondo se hallan habitualmente en conflicto.
A menudo esta labor trae consigo una simplificación de los procesos y los flujos que se dan en el espacio urbano de manera espontánea, como si los proyectos perpetrados por los urbanistas fuesen, en la práctica, incapaces de acoger la multiplicidad de fenómenos que podrían darse en las ciudades. En estos espacios, generalmente unívocos y de fácil lectura, se evita la superposición de actividades a favor de la represión de los agentes que participan en dichas actividades. Los espacios sirven cada vez para menos cosas, en beneficio del concepto genérico de espacio público. No es necesario demostrar la inutilidad de la mayor parte de los espacios públicos que los arquitectos conciben; muchos parecen salidos de oscuros despachos donde primase más el control de la población que las posibilidades de expresión de éstos.
Cuando surge una nueva manera de entender los entornos urbanos, se hace necesaria una transformación de las estrategias que sobre ellos actúan. El trabajo sobre la ciudad no se circunscribe a la labor del arquitecto, que se muestra incapaz de concebir todos los fenómenos que simultáneamente tienen lugar, sino al pensamiento a través de un inconsciente colectivo catalizado a través de diversos agentes. Tan sólo se piensa sobre aquello que de una manera u otra se representa. Tal vez entonces se puedan pensar ciudades tan complejas como debieran, más complejas incluso que nosotros mismos.
Guillermo Acero Caballero es estudiante de quinto curso de Arquitectura en la Universidad Politécnica de Madrid (ETSAM)
Créditos de las imágenes:
Imágen 01: Complex city. Lee Jang Sub (fuente: http://www.leejangsub.com/)
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
3 comentarios
«los procesos y los flujos que se dan en el espacio urbano» muy ecosistémico, jejeje. Creo que el tamaño de tu post es el idóneo, ni tan corto como el mio, ni tan largo como el de Juan.
y…how to be an architect?
amar es siempre una buena estartegia
*
más complejas que nosotros mismos..
menos contradictorias que aquellos que las idean..
arreglamos el mundo en un momento
peroquépocodetodo………………