#DELG: Menos smart cities y más inteligencia ciudadana, por favor

por Paisaje Transversal

por Paisaje Transversal

Según parece, las smart cities son la solución a todos los problemas de la ciudad contemporánea. Pero ¿qué es una smart city? La ciudades listas, que no inteligentes —en inglés ya han acuñado el término intelligent city en contraposición a la smart city—, serían, según Juan Freire, « aquellas en las que el despliegue de sensores de todo tipo, controlados por las administraciones públicas y los grandes proveedores de servicios, permitiría monitorizar en tiempo real la vida urbana (clima, tráfico, flujos de personas, contaminación, etc.), lo que posibilitaría mejor adaptación de la gestión a las necesidades de la ciudadanía». Como grandes proveedores de servicios tenemos que entender a todas aquellas empresas, como Cisco, IBM, Telefónica o Microsoft, que están desarrollando diversos proyectos y servicios urbanos desde la perspectiva smart. De hecho, algunos destacados pensadores, como José Fariña, catedrático de urbanismo y ordenación del territorio en la Universidad Politécnica de Madrid, han llegado a ironizar a este respecto señalando que una smart city es aquella que utiliza los servicios de dichas empresas.

No obstante, va más allá del nicho de mercado que suponen las smart cities para algunas empresas —que vale la pena recordar que están en su pleno derecho de explotar esa oportunidad de negocio—: ¿de qué manera todo este despliegue de artilugios tecnológicos está destinado a mejorar la calidad de vida de las ciudades y de las personas que viven en ellas?

Por lo que hemos podido comprobar, las smart cities están basadas en dos componentes principales: la gestión eficiente de la energía y la aplicación de las TIC para establecer nuevas maneras de tramitar la información en la ciudad. Sin entrar en las dudas que pueda plantear una gestión centralizada, privada y, por lo que muchos señalan, poco transparente de la información que generan la ciudad y sus habitantes (¿el 1984 de Orwell hecho realidad?), cabe preguntarse en qué grado la implantación de estas tecnologías va a resolver los problemas que plantea actualmente la inmensa mayoría de las urbes. Evidentemente, una gestión más eficiente de la energía es necesaria, y propuestas como las smart grids[1] pueden ser una buena solución, pero ¿no será que estamos dirigiendo el foco hacia el lugar equivocado?

La ciudades y sus barrios presentan graves problemas desde hace mucho tiempo que todavía no han sido ni siquiera abordados. Nos referimos a cuestiones tan acuciantes como la expansión sin límites del tejido urbano (el famoso sprawl o desparrame urbanístico); los modelos de movilidad destinados a la perpetuación de la supremacía del automóvil frente a otros medios de transporte más ecológicos (consecuencia del punto anterior y principal causa de los exorbitantes índices de contaminación de las ciudades); la falta de continuidad, cohesión y densidad de las aglomeraciones urbanas; la carencia de mezcla de usos que propicia el uso intensivo del coche para hacer cualquier recado; la degradación del espacio público como lugar de contacto y relación hacia mero lugar de tránsito, etc. Mientras el concepto smart cities empieza a formar parte del vocabulario cotidiano, estas situaciones continúan sin resolverse.

Es por ello que, volviendo a la pregunta inicial, seguimos sin entender cómo toda esta tecnología smart puede hacer de nuestros barrios lugares mejores para vivir. Y es que ¿de qué sirve que los pavimentos de nuestras plazas tengan wifi y bluetooth si no hay un lugar donde sentarse cómodamente en ellas con un ordenador? ¿De qué sirve que desarrollemos una aplicación que nos indique los niveles de contaminación diarios si seguimos utilizando el coche hasta para ir a comprar el pan? ¿De qué sirve una gestión eficiente de la energía si nuestros patrones de consumo están por encima de la biocapacidad del planeta? ¿No será más inteligente dirigir todos esos recursos y dinero público, que los ayuntamientos están invirtiendo en hacer sus ciudades más «listas», hacia la mejora de nuestros entornos próximos a través de un cambio de valores en la forma de entenderlos y vivirlos?

En Paisaje Transversal pensamos que más vale un uso inteligente de la tecnología que el uso de la tecnología «inteligente». En este sentido, entendemos que la tecnología, las redes sociales o las herramientas digitales deben emplearse para generar autonomía entre la población; para ello no es necesario instalar miles de artefactos «ultratecnológicos», sino impulsar procesos que sirvan para concienciar a la población sobre la necesidad de un cambio de mentalidad hacia pautas de conducta más ecológicas y sostenibles, proyectos que generen una pedagogía que integre a las personas en los proyectos urbanos, así como la promoción de aquellos  que propicien una mayor toma de conciencia y puesta en valor de su entorno próximo.

Porque, lamentablemente, por muchos dispositivos que instalemos en nuestras ciudades, sus verdaderos problemas seguirán ahí, en tanto que toda la tecnología smart no está dirigida a resolverlos.

No en vano, aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

Revisión y corrección de estilo del texto a cargo de Sara Hernández Pozuelo

Créditos de imágenes:

Imagen: Asamblea en La Puerta de Sol, Madrid (fuente: http://www.madridconchiapasyguatemala.org/)

[1] Red de distribución de energía eléctrica «inteligente», que utiliza la tecnología informática para optimizar la producción y la distribución de electricidad con el fin de equilibrar mejor la oferta y la demanda entre productores y consumidores. Fuente: Wikipedia.

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2 comentarios

Fernando Tomás 17 abril, 2012 - 15:38

Hola,
Dentro de las reflexiones que estamos haciendo en el grupo de Smart Cities de IDOM, hay varias relacionadas con este tema:

Por un lado no es necesario un gran despliegue tecnológico: las ciudades actuales ya cuentan con muchos sistemas inteligentes (de control de alumbrado, de lógica semafórica, de ayuda a los sistemas de transporte, de automatización de riego, etc), lo único que cada uno controlado por un responsable distinto. Esto genera ineficiencias (varias redes de comunicaciones cuando todo puede ir por la misma, servicios de mantenimiento diferenciados, que podría ejercer la misma contrata, etc). Además de datos de control de unos que podrían ser útiles a otros. Con poner un poco de orden a todo esto se avanzaría mucho.

Por otro lado, es normal que cada uno tengamos un enfoque: Aún pensando que todos actuamos de forma profesional y recomendamos a los agentes ciudadanos lo que verdaderamente necesitan,

las empresas tecnológicas basan su solución en su tecnología,

los operadores de telecomunicaciones en la suya (es más, si pensamos como solución en la utilización masiva de smartphones privados en lugar de instalar nuevo equipamiento, no debemos pensar que es gratuito porque no estamos haciendo una infraestructura nueva, en realidad estamos trasladando el beneficio de los operadores de telecomunicaciones, y los costes a cada usuario individual),

y los centros de investigación y universidades quizá piensen en tecnologías más innovadoras, aunque menos probadas.

Como en todo, quizá la solución más adecuada está en el punto intermedio. Y para ello es necesario un conocimiento de la ciudad concreta (y ese conocimiento requiere la participación de todos los agentes ciudadadanos) pero también un conocimiento profundo de los problemas de la ciudad y de qué soluciones se pueden proveer.

La tecnología al final es la herramienta que puede hacer que la solución, que hace unos años veíamos inviable, hoy esté más cercana. Si tenemos esta opción al alcance de la mano, ¿por qué no usarla?

Hay es donde para mi reside la inteligencia de una ciudad.

Miriam García 17 abril, 2012 - 19:14

Estoy totalmente de acuerdo con vosotros, de hecho me preguntaría:
¿por qué empleamos recursos en generar espacios llenos de tecnología capaces de transmitir lo que "siente" la población, sin previamente realizar un proceso participativo "sincero" sobre las necesidades y anhelos de la misma?

Felicidades de nuevo.

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