Nuevas perspectivas sobre la participación ciudadana

por Paisaje Transversal

Vivimos un momento histórico de cambio de época. Nuestras pautas de vida y de trabajo se han transformado, también lo han hecho la manera en la que nos comunicamos y nos relacionamos. Por no hablar de las estructuras familiares, las cuales ya no responden a los cánones tradicionales en las que la cabeza familiar marcaba un referente jerárquico incuestionable. Todos estos parámetros describen la base sobre la que comienza a construirse un consenso cada vez más amplio acerca de la necesidad de reconfiguración de las estructuras políticas y sociales tradicionales; e Internet, las redes sociales virtuales y las tecnologías de la información y comunicación (TIC) están desempeñando un papel decisivo en el desarrollo de esta nueva conciencia colectiva (1). 

Internet no es un nuevo «martillo» que sirve para clavar más rápido los «clavos» de siempre. Internet no es el fax. Es un invento que está transformando radicalmente la forma en la que los seres humanos nos comunicamos, nos relacionamos o nos asociamos. Con Internet estamos aprendiendo a desarrollar nuevas capacidades que permiten una mayor autonomía entre la población, y que han de tenerse en cuenta a la hora de plantear la nuevas formas de gestión e intervención en la ciudad y el territorio.

Los nuevos retos que se nos plantean requieren no solo nuevas herramientas, sino un profundo cambio en las estructuras de pensamiento. No podemos afrontar los retos del nuevo siglo con esquemas mentales y metodologías de trabajo del siglo xx.

Vivimos y pensamos las ciudades desde una perspectiva fuertemente enraizada en una teoría que debe actualizarse. Es el momento de avanzar sobre estas bases y desarrollar nuevas formas y vías de intervenir en el territorio. Si comprendemos que Internet altera la forma en la que interactuamos las personas, en la que muchas de las lógicas de la esfera virtual modifican las pautas sociales de la esfera física y viceversa; que transforma los procesos de intermediación estableciendo un marco conceptual y relacional más horizontal; que genera vínculos mucho más directos e inmediatos; y que supone, en consecuencia, una intensificación de las relaciones personales, podemos aceptar que estamos ante un profundo cambio en nuestras sociedades. Por ende, la manera en la que se piensan los procesos participativos tendrá que adaptarse también a esta evolución (2).

En los últimos años el concepto «participación ciudadana» ha comenzado a cotizar al alza en el ámbito de la política. Sin embargo, este auge no viene exento de polémica y peligros. Del mismo modo que sucedió con el término «sostenibilidad», la participación puede convertirse en una mera coartada para justificar cualquier tipo de tropelía política. Ahí tenemos, sin ir más lejos, el flagrante caso holandés: en septiembre de 2013 el rey Guillermo Alejandro anunció «el paso hacia una sociedad participativa» para justificar el desmantelamiento del Estado del bienestar de dicho país a través de políticas neoliberales y los recortes más duros de su Historia (3).

En el ámbito del urbanismo y el planeamiento urbano no ha sido ajeno a esta tendencia. Si bien el desarrollo de figuras legales de planeamiento urbano (Planes General, Planes Parciales, Planes Especiales, etc.) está sujeto legalmente a plantear mecanismos de participación pública, lo cierto es que estos suelen reducirse al periodo de alegaciones y exposición pública. De esta manera se confunde -de manera intencionada o no- la participación con los mecanismos que pertenecen exclusivamente al ámbito de la comunicación-información. Como podemos comprobar, las perversiones de la participación son muy amplias y variadas. 

Así, la participación ciudadana corre riesgo de convertirse en la nueva sostenibilidad: un término vilipendiado y vaciado de contenido. Dos son los peligros que afronta: la banalización y la espectacularización. Y esto en buena medida sucede porque la participación y las prácticas colectivas tienden a ligarse a la buena voluntad de la gente y no suelen estar sujetas a metodologías, principios y objetivos claros. Los procesos naturales tienden a no ser sostenibles (emocionalmente, afectivamente, económicamente, etc…) y autodestruirse por nuestros hábitos culturalmente heredados (4). Es por ello que resulta imprescindible empezar conocer y poner en práctica métodos ya desarrollados y aprender de experiencias previas (5).

Pero, entonces, ¿qué podemos entender por participación? 

La participación ante todo es un medio, no un fin. Un proceso, no un objeto. Una vía mediante la cual escucharnos, entendernos y hacernos en colectividad. Una forma de construir en común desde nuestras singularidades, que ha de adaptarse y reconfigurarse atendiendo a los ritmos y necesidades de la comunidad. De esta manera, la participación tiene que estar dirigida a generar espacios de aprendizaje colectivo, para instituyendo así ese «devenir príncipe» de la multitud que plantean Michael Hardt y Antoni Negri (6). De esta manera ante cierta espectacularización y cosificación de la misma, cabe reivindicarla como un mecanismo de transformación social y urbana

Por lo tanto la participación ha de ser un dispositivo contrahegemónico que posibilite un «emponderamiento» de la sociedad (7). Es decir, ir más allá de «empoderamiento» para empezar a trazar estrategias de equidistribución de poderes (políticos, económicos, sociales, etc.) desde las que constituir alternativas al sistema actual, basadas en el bien común.

(1) Sobre la influencia entre nuevas tecnologías en la sociedad y en la política: SUBIRATS, Joan: Otra sociedad, ¿otra política?. Barcelona: Icaria editorial, 2011.

(2) ACERO CABALLERO, Guillermo; AGUIRRE SUCH, Jon; ARÉVALO MARTÍN, Jorge; DÍAZ RODRÍGUEZ, Pilar; ROMERO FERNÁNDEZ DE LARREA, Iñaki: «A participar se aprende participando. VdB: Acción y reflexión críticas en el proyecto para la regeneración urbana participativa en el barrio Virgen de Begoña (Madrid)» en Habitat y Sociedad, nº 4, 2012, p. 15-31 (disponible en: http://acdc.sav.us.es/)

(3) «Holanda aboga por sustituir el Estado del bienestar por una ‘sociedad participativa’». El País, http://internacional.elpais.com/internacional/2013/09/17/actualidad/1379429488_293306.html

(4) VERCAUTEREN, David; CRABBÉ, Olivier; MÜLLER, Thierry: Micropolíticas de los grupos. Para una ecología de las prácticas colectivas. Madrid: Traficantes de Sueños, 2014 (2ª edición).

(5) A destacar el trabajo realizado por la Red CIMAS, cuyos manuales y metodologías se encuentran disponibles en http://www.redcimas.org/

(6) HARDT, Michael; NEGRI, Antonio: Commonwealth. El proyecto de una revolución del común. Madrid: Akal, 2011.

(7) VILLASANTE, Tomás R.: Redes de vida desbordantes. Fundamentos para el cambio desde la vida cotidiana. Madrid: Los libros de la Catarata, 2014, p. 163.

Créditos de las imágenes: Imagen 1: Planning Camp en Reino Unido (fuente: http://www.edenproject.com/) Imagen 2: Asamblea de Asociación Vecinal en Madrid (fuente: http://www.elmundo.es) Imagen 3: Small Change, un foro de participación ciudadana (fuente: http://architecture.brookes.ac.uk/)

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3 comentarios

Improvistos 26 noviembre, 2014 - 10:05

Breve y clarísimo! La participación se va convirtiendo en otra palabra de prestigio pero hueca… Hay que construir espacios abiertos de negociación continua y protagonismo ciudadano, más allá de las alegaciones convencionales.
Un abrazo

Unknown 28 noviembre, 2014 - 23:27

Hace 50 años, aquellos que teorizaban y aplicaban la participación al úrbanismo y a otros campos (De Carlo viene a la mente) ya avisaban del peligro de la apropiación del concepto por aquellos que en el fondo temen perder el monopolio sobre las decisiones…

Paisaje Transversal 9 diciembre, 2014 - 11:45

Hola Improvistos y Javier:

Muchas gracias por vuestros comentarios. Desde luego tenemos que hacer un gran esfuerzo por establecer una definición clara basada en prácticas exitosas y reales de participación para contrarrestar apropiaciones indebidas e intereses espurios

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