Por Rafael Suárez Muñiz
En los últimos días, nuevas noticias sobre el espacio público (EP) han puesto otra vez en relieve una pregunta que ya me hacía desde 2013-2014; más que sobre el EP, sobre un tipo de éstos: los parques. En primer lugar, cabe anticipar que se trata de un artículo tanto reflexivo como crítico, y no tanto opinativo, como podría esperarse, pues las situaciones siguientes todos las hemos vivido alguna vez. Por ello, no se puede empezar de otra manera que por buscar una definición de lo que es, o mejor dicho, de lo que debe ser un parque [infantil]. ¿Qué es un parque? Qué es un parque, quiénes deben usarlo, cómo han de hacerlo, qué diseño es el más conveniente, qué elementos lo definen… son algunas de las cuestiones y reflexiones nucleares que giraban en torno a un joven en su proyecto de fin de carrera, sobre los jóvenes y el ocio[1]. Todos convendremos y entendemos, y, en este caso la RAE lo ratifica, que un parque ha de ser un espacio ajardinado, arbolado, ornamentado, con la superficie suficiente para solazarse sus grupos disfrutarios, y, sobre todo, con juegos infantiles más o menos de calidad (columpios variados, toboganes, balancines, pistas deportivas). Entre todas las acepciones que proporciona el Diccionario de la Lengua Española, se solapan cuatro que aluden a lo mismo. Se refieren, por tanto, a un parque en un ámbito cualquiera (urbano, periurbano o rural), orientado aquel al juego infantil esencialmente, o que éste sea su papel protagónico.
Llegado este punto se formulan las primeras disquisiciones. Desde principios del siglo XX, se proyectan en España los parques pensando en la ocupación del ocio infantil y de la clase obrera. ¿Por qué los parques, en su mayoría, se denominan genéricamente infantiles? Sencillamente porque es este grupo de edad su principal disfrutario; son los jóvenes junto con el grupo de edad anciana (jubilados) quienes disponen de mayor número de horas libres al día por carecer de otras obligaciones y responsabilidades académicas y/o laborales. En efecto, los parques de mayores dimensiones no son denominados infantiles, puesto que la segregación espacial y funcional de los mismos satisface holgadamente las necesidades de sus empleadores sean del grupo de edad que sean, y busquen en los parques un uso u otro. Esto se explica porque un parque de enjundia, que podríamos parametrizar como parque-ciudad o parque-región (por su grado de cobertura, alcance, dimensiones, cualidades atractoras)[2], tiene la suficiente segregación espacio-funcional como para cubrir aquellas demandas a satisfacer por los usuarios. El entorno agradable de un parque (fuentes, estanques, lagos, praderas arboladas, «calles») provoca que se vaya a correr, a patinar, a tomar el sol, a hacer un picnic, etc.; los juegos infantiles cuanto más variados y de calidad atraerán más jóvenes y durante más tiempo; los bancos, más allá de su capacidad ornamental y de vigilancia a los más pequeños, determinan el uso estancial del parque básicamente por los grupos de edad adulta y anciana. El debate surge en este sentido: los bancos son ornato, pero son asientos, y esos asientos están en un EP, que es de uso universal. El problema se manifiesta con la emergencia e intento de empoderamiento de los grupos de edad avanzada sobre los niños y niñas que juegan a la pelota. Dos décadas atrás, todo niño de ciudad litoral que haya jugado al balón en un parque habrá tenido que oír muchas veces: “id a jugar a la playa, que nos vais a dar un balonazo”, cuando no: “voy a llamar a la policía”. A priori, esos bancos que se ordenan en torno a los espacios verdes (campos de futbol improvisados) deberían ser ocupados por quienes están al cargo de los niños –si su edad lo requiere–. El EP como su propio apellido indica es público, pero tampoco es discutible que un parque infantil ha de ser para el juego prioritario de los más jóvenes. La presión de los mayores molestos con el juego de los niños, y su empoderamiento a partir del elemento estancial, determina esa derivación conceptual del parque infantil al parque senil.
En la temporada estival el tiempo libre de los jóvenes es absoluto (24 h.), potencialmente dedicable al ocio unas 10 horas al día. En los últimos años, las noticias de restricción del juego en el EP se han multiplicado por todo el territorio nacional tanto a nivel normativo local –Gijón, Langreo, Mieres (Asturias), La Almunia (Zaragoza), Albox (Almería), San Sebastián (Guipúzcoa), son algunos ejemplos–[3], como legal a nivel nacional (Ley de protección de la seguridad ciudadana, “Ley Mordaza”). Resulta contradictorio cuando te mandan a jugar a la playa en verano a las 5-6 de la tarde, que no cabe un alfiler y también está prohibido por las ordenanzas municipales. Si los parques infantiles están pasando a ser, cada vez más, parques seniles, los jóvenes requerirán otros espacios en la ciudad que normativamente les son vetados. Entonces, si no hay pistas mixtas de futbol y baloncesto –deportes de pelota mayoritarios– en los barrios, ¿las niñas y niños no pueden ejercer su libre derecho de jugar? Este error basal en detrimento de la últimamente llamada parquización (creación de parques urbanos) no empuja sino al ocio pasivo/at home que Trilla Bernet (1993) denomina «tiempo libre estéril»[4]. Se está privando a los más jóvenes del derecho a relacionarse, a hacer ejercicio físico, al entretenimiento… en pro de una inmovilización atechada. Como se ha dicho, de la mano de los urbanistas está la solución. ¿Más bancos, menos bancos? ¿Una mejor segregación de usos del suelo y sus elementos, para favorecer el disfrute del EP por jóvenes, adultos y ancianos sin molestarse? Incentivar y concienciar del disfrute de un espacio común desde el respeto, es como se deben pensar los parques. Si se proponen espacios apropiados para juegos de pelota, los elementos de asiento deberán tener otra localización; y aquellos algún tipo de cerramiento.
Parques y EP: nuevos retos para el proyecto urbano colaborativo Está claro que un parque, como máxima definitiva, debe ser un espacio convivencial y universal, integrador y funcionalmente integral –véase el caso polivalente de Central Park–. Con un comprensible diseño espacio-funcional colaborativo e intergeneracional, se resolverían todas estas cuestiones. Sería el momento de comenzar a pensar los espacios públicos bajo la siguiente idea: «una calle que pueda ser paseable por una persona joven y por una anciana es una buena calle para todo el mundo». Ha de imperar en los proyectistas saber para quiénes hacen o reforman un parque, es decir, viejos y jóvenes mayoritariamente. Junto con el reordenamiento de usos, espacios y elementos; se deben tener en cuenta 4 cuestiones clave para la proyección de todo parque:
- Ante una posible caída debería generalizarse un pavimento estándar de losetas de caucho de calidad (contribuyendo a la sostenibilidad medioambiental si se emplea reciclado), pero no sólo cubriendo el perímetro de los juegos infantiles propiamente dichos, sino todo el parque. El precio oscila entre los 7-10€/loseta (30-40€ m2).
- La supresión de los viejos adoquines separados entre sí y con aristas, debe situarse en el punto de mira también, para poder ser espacios garantes de la accesibilidad universal (impiden la circulación de sillas de ruedas y favorecen los tropiezos tanto de invidentes como de videntes). Eran habitualmente empleados en las calles peatonales y semipeatonales, afortunadamente en algunas ciudades se están retirando por los adoquines planos.
- La reducción de bordillos y alcorques en resalte ha de ser otra de las prioridades, en caso de haberlos no deberían terminar en punta pues cualquier caída será más lesiva.
- Las asociaciones de personas discapacitadas o con movilidad reducida aquejan cada verano en sus visitas a las ciudades del norte del país, la carencia de espacios de ocio de tipo parque adaptados para ellos. Al igual que la legislación obliga a hosteleros –de nueva licencia–, centros comerciales y edificios administrativos, a hacer en planta baja baños para minusválidos; se debe afrontar este mismo reto en los parques con columpios para sillas de ruedas, o adaptados con correas, o balancines con asiento cerrado, entre otros.
Los parques-barrio de las ciudades medianas y pequeñas, sobro todo, deben ser los mejor replanteados, pudiéndose dejar de utilizar el apellido «infantil»; un parque por y para todos donde convivan todo tipo de formas de disfrute respetuosas. Y sobre todo, pensar en los parques desde la perspectiva de género. Los problemas entre viejos y niños (varones) son los que asimilamos como normales; el juego a la pelota casi completamente masculinizado –en los parques y plazas– desplaza a las niñas e impide el uso de ese espacio. Los parques tienen juegos infantiles disfrutables tanto por los niños como por las niñas de igual modo y en mismas condiciones; pero con 8 años ni se tiran por los toboganes ni caben en los columpios, es decir, esta es la primera necesidad: la búsqueda de un nuevo espacio para el desarrollo de su juego favorito acorde a su edad. Juegos como el escondite, pillar, la comba, carreras, etc., no molestan, no se reprochan; pero jugar a la pelota sí molesta y hasta se prohíbe. ¿Es aceptable que aquellos mayores que van a hacer un uso estancial de un parque infantil, reprochen a los niños por jugar al balón en un parque nominalmente designado para ellos?
[1] Véase la encuesta “La experiencia geográfica relacionada con el ocio en Gijón“. En: SUÁREZ MUÑIZ, R. [Trabajo Fin de Grado]: Gijón: el ocio y los jóvenes, Oviedo: Universidad de Oviedo, 2014. 58 p. [2] HERNÁNDEZ AJA, A.; LEIVA RODRÍGUEZ, A.: Parámetros dotacionales para la ciudad de los ciudadanos, Madrid: Instituto Juan de Herrera, 2006. 48 p. [3] VARELA, M.: “Molesta que los niños se diviertan”, El Comercio, 14 de enero de 2015. Disponible en: <http://www.elcomercio.es/asturias/cuencas/201501/14/molesta-ninos-diviertan-20150114001543-v.html>. CAL, L.: “En este pueblo no se juega”, El Mundo, 3 de mayo de 2015. Disponible en: <http://www.elmundo.es/sociedad/2015/05/03/5545059022601d7f598b4580.html>. “Un alcalde empieza a incautar balones a los niños del pueblo: «Señores padres, en las plazas no se juega»”, ElDiario.es, 12 de octubre de 2016. Disponible en: <http://www.eldiario.es/andalucia/almeria/alcalde-incauta-balones-Senores-padres_0_568693375.html>. [4] TRILLA BERNET, J.: Otras educaciones. Animación sociocultural, formación de adultos y ciudad educativa. Barcelona: Anthropos, 1993. 220 p.
Rafael Suárez Muñiz (Gijón, Asturias) es geógrafo urbanista. Actualmente doctorando. Ha obtenida la beca de investigación ‘Ramón de la Sagra’ otorgada por la Fundación Alvargonzález. Participa esporádicamente en la prensa regional. Cuenta con dos publicaciones científicas indexadas y participación en congresos nacionales: El ocio hostelero en dos ámbitos urbanos diferenciados: Malasaña (Madrid) y Cimadevilla (Gijón) (Territorios en Formación, 2016) y Las mujeres y el ocio en Gijón entre 1850 y 1936 (XII Congreso Nacional de Sociología, 2016). Ha dado conferencias en materia de urbanismo, ocio y género, en Asturias y Madrid. Gestiona de la página de Facebook “Gijón. De siempre.”, donde refleja las trasformaciones urbanísticas a través de la fotografía histórica.
Créditos de las imágenes: Imagen 01: Alcalá de Henares ha cambiado los carteles de «Prohibido jugar a la pelota» por los de «Juega respetando» (fuente: Dream Alcalá) Imagen 02: Un simple tobogán en una plaza casi como ornato NO es un parque infantil. Calle Menestrales Chica (barrio de Embajadores, Madrid), abril de 2015 (fuente: Rafa Suárez) Imagen 03: Niños jugando a futbol en la pista del parque de Cocheras (barrio de La Arena, Gijón), julio de 2014. Está próxima a los bancos (fuente: Rafa Suárez) Imagen 04: A la derecha el espacio verde mayor del parque del Gas (barrio de La Arena, Gijón) empleado como campo de futbol desde su creación. A la izquierda un hilera de 5 bancos dobles; y el jardín cortado por un enlosado (fuente: Rafa Suárez)