15 años de Paisaje Transversal

por admin

En 2007 nace el blog de Paisaje Transversal. Lo hizo con un breve artículo que no es sino el marco de nuestros intereses: el paisaje, el territorio, la ciudad, siempre con un enfoque transversal e integral.

El presente texto es a la vez una celebración de estos 15 años y un repaso a algunos —no todos— de los temas que han ido apareciendo a lo largo del tiempo en el blog y que constituyen a la vez nuestra evolución y aprendizajes en torno al urbanismo y la ciudad.

No es, sin embargo, una foto fija. Como ya hemos dicho antes, esto es un proceso de aprendizaje continuo en el que las definiciones están en constante construcción, aunque siempre dirigidas a una visión de la ciudad y el territorio más sostenibles y equitativos.

La cuestión del urbanismo

Durante la primera década del siglo XXI, época en la que nos formamos, vimos cómo el urbanismo se había visto relegado en demasiadas ocasiones a un papel secundario, al servicio de un desarrollo económico basado en un crecimiento urbano sin límites sobre el territorio: por entonces, “el planeamiento se comenzó a considerar un rígido corsé que distorsionaba los mercados de suelo, contribuía al encarecimiento de los precios de los productos inmobiliarios, coartaba la libertad de iniciativa de los agentes y también la libertad creadora de los profesionales”.

La Ley del Suelo de 1997 había reducido a escombros la lógica urbanística y “su concepción del urbanizable residual supuso hacer edificable la práctica totalidad del suelo libre de los municipios”, con la notable excepción hecha de aquellos espacios protegidos por sus evidentes valores intrínsecos.

La especulación inmobiliaria, que tocaba casi a su fin cuando comenzamos Paisaje Transversal, había dado lugar a una “explosión urbanísticaque había convertido el territorio —el cercano o el ubicado en otra parte del mundo— en fuente de riqueza para unos pocos, en una visión urbana modelada ocasionalmente por una construcción cultural: la ilusión de una vida mejor en el sueño de una urbanización unifamiliar de jardines privados y crecimiento sin límites. Es la época de las urbanizaciones en la periferia y los megaproyectos. Y el anuncio de las crisis por venir.

El advenimiento de las crisis

Proyectar la ciudad para obtener ganancias a corto plazo por encima de todo no podía sino dejar detrás de sí “escenarios banalizados en los que nada parece real, territorios artificializados, conjuntos estandarizados” que necesitaban de grandes costes para el mantenimiento de sus infraestructuras y para el transporte. Espacios donde la huella ecológica se amplía de forma notable. La ciudad “densa y compacta, claramente diferenciada del entorno rural, [había] estallado en fragmentos que se [habían] dispersado por territorios cada vez más amplios”, apoyándose en un consumo desenfrenado del suelo y una movilidad individual que permite el desplazamiento de miles de automóviles privados gracias a una red de autopistas estatales y regionales que proporcionaba accesibilidad a cualquier lugar.

Se trató de un “acelerado proceso de urbanización como expresión de la conversión de los productos inmobiliarios básicos—la vivienda en particular—de bienes de uso en objetos de consumo masivo, en alternativas de inversión financiera y/o en sumideros de dinero negro”. La crisis que surgió en aquellos años, por tanto, no era solo financiera, también era medioambiental, social, urbana y, por supuesto, climática, una “consecuencia del nivel de concentración, artificiosidad y consumo que han adquirido las sociedades humanas”.

A día de hoy, la crisis climática se ha agudizado, y se combina con otras: la crisis energética y de manufacturas que afecta también al costo de la vida; eso sin olvidar la reciente crisis sanitaria, consecuencia de la pandemia de la COVID-19, que puso en cuestión los modelos urbanos y habitacionales contemporáneos e hizo evidente la necesidad de avanzar hacia modelos resilientes que revaloricen al mismo tiempo “la importancia de las relaciones intrapersonales y la solidaridad”, del cuidado, de pensar la ciudad como “una red de interrelaciones sociales tejidas”.

Reivindicar lo público

Sabemos que “el espacio público ha sido el principal lugar de encuentro y socialización”, que “la vida peatonal es lo que define el espíritu urbano, la que vertebra la vida social y permite conocer las caras de quienes viven la ciudad contigo, la que nos instruye sobre aspectos tales como el sesgo sociocultural o el índice de delincuencia de un espacio determinado”.

Este modelo urbanizador especulativo, basado a su vez en un “consumo acelerado de energía” que hacía posible una visión urbana dispersa, no es sino un rechazo a lo que significa la ciudad. El auge del modelo disperso, de viviendas unifamilares aisladas, era en cierto modo una negación del hecho urbano, que quedaba relegado a ser mero espacio de tránsito.

Sin embargo, es importante recordar que este ‘rechazo’ a esa noción colectiva de la ciudad no solo se da en la ciudad periférica; ha ocurrido en zonas consolidadas, donde el espacio público —la calle, la plaza o los equipamientos públicos— también se han visto relegados a espacios de paso o de consumo, desplazando su naturaleza primordial: servir como espacio de interacción social. El “incremento de terrazas y soportes publicitarios” se convirtió, tras la crisis, en “una buena fuente de ingresos con la que restaurar [las] maltrechas arcas” de muchos consistorios.

La “regularización y limitación legal del uso de nuestras plazas a través de ordenanzas o normativas municipales es, sin duda, una de las principales dimensiones de la privatización de espacio público”. Ante eso, hay que preguntarse si es “es posible ‘preservar’ el espacio público si en el mismo no se puede jugar, vivir, cantar, bailar, hacer arte”“¿Un lugar de convivencia no debería de ser aquel en el que sus usuarios o habitantes se pusiesen de acuerdo sobre las normas que han de seguir?”.

Vestir la Plaza. La Comarca. Olot Més B

También hemos visto cómo el desarrollo del turismo desmedido y sin control lleva a “la esterilización de los elementos que componen [la ciudad], reducidos ahora a meros sights, esto es, productos de consumo masivo”, reduciendo su capacidad de crear lazos sociales. Si se especula con eso, se degrada la ciudad. 

Hoy, cuando parece que la ciudad se ha “llenado de instalaciones dedicadas solo al lucro, anteponiendo la actividad comercial de unos a la vida urbana”, cabe lanzar la pregunta de qué pasa cuando no queremos circular, si no permanecer, ‘simplemente’ estar

La ciudad no es el problema: es la solución”

En estos años nos hemos hecho conscientes que “las ciudades y sus barrios presentan graves problemas desde hace mucho tiempo que todavía no han sido ni siquiera abordados”: la expansión sin límites del tejido urbano; la perpetuación de la supremacía del automóvil frente a otros medios de transporte más ecológicos; la falta de continuidad, cohesión y densidad de las aglomeraciones urbanas, o la degradación del espacio público como lugar de contacto y relación hacia mero lugar de tránsito, como hemos visto, son solo algunos.

Para que esto no ocurra, las administraciones públicas deben intervenir activamente”. Por eso, hemos revindicado como necesario repensar el papel y el valor del urbanismo. Las ciudades, en una definición amplia que incluye territorio, paisaje, ciudadanía, áreas urbanas y rurales, han sido siempre el reto y la oportunidad; son “espacios donde se afrontan los desafíos más importantes, pero es también en ellas donde residen las mayores esperanzas. A las puertas de la crisis económica que la explosión de la burbuja inmobiliaria provocaría un año después, ya considerábamos la necesidad de crear una “nueva ciudad (…) sostenible, densa, policéntrica, de actividades solapadas, ecológica, igualitaria y abierta”. En definitiva: compleja y plural.

Lo cierto es lo que ya sabemos, que “las ciudades no son de sus autores, ni de sus propietarios, ni de sus constructores. Son, en todo caso, patrimonios mundiales, focos y centros de actividad, de cultura y de Historia. Y que deberían ser, por tanto, promovidas, ideadas, y llevadas a la práctica para el bienestar de Todos”. Este todos es amplio, e implica repensar el proyecto urbano –esto es la ciudad, el territorio– desde una perspectiva integral, que recoja y haga posibles las visiones, que asuma también el conflicto, el desacuerdo o el debate como hechos necesarios desde los que “definir puntos en común, consensos y diseñar soluciones compartidas” para avanzar a esas ciudades ‘nuevas’ y mejores.

VdB. Regeneracion Urbana del barrio Virgen de Begoña, Madrid. Fuente: Paisaje Tranversal

A partir de aquí se trata de dejar de mirar a la ciudad como un “objeto, como conjunto de morfologías construidas”, que reduce la complejidad de lo urbano como espacio que “escapa a la fiscalización de (los) poderes”; evitar lo que venía siendo lo ‘propio’ de la tecnocracia urbanística: “la voluntad de controlar la vida urbana real (…), [e] implantar (…) la sagrada trinidad del urbanismo moderno: legibilidad, visibilidad, inteligibilidad”.

El urbanismo, así visto, tratará de reivindicar el “derecho a la vida urbana, a los lugares de encuentro e intercambio, de juego e improvisación, de goce y de azar” y la consideración que lo urbano es un hecho complejo y común, que, por tanto, requiere de la ciudadanía para ser pleno y justo: “Todos tenemos el derecho y el deber de contribuir a lograr una sociedad más justa y equitativa, centrada en la calidad de vida”.

Ciudadanía inteligente

Regeneracion Urbana Integral del Barrio de Sant Miquel de Olot. Fuente: Paisaje Tranversal

A la crisis inmobiliaria le siguió una “eclosión de prácticas colectivas que trata[ba]n de dibujar, de manera más o menos coordinada, un nuevo escenario urbano”. Es decir, la crisis propició prácticas sociales que actuaban en busca de la ciudad deseada. Ayudó también el auge de las redes sociales, que construyeron nuevos canales de diálogo y, con ello, de participación.

Hasta entonces, “por norma general los procesos participativos impulsados por las administraciones ha[bía]n fracasado en su intento por promover la implicación ciudadana” debido a “la falta de los canales adecuados a través de los que vehicular esos procesos”, así como por mantener en muchos casos una estructura jerárquica, de arriba abajo, que deja a la ciudadanía como mera receptora de las iniciativas urbanas. La participación quedaba reducida a “mecanismos que pertenecen exclusivamente al ámbito de la comunicación-información”, “confundiendo la participación con la consulta pública”.

PIAM Puente de Vallecas. Madrid. Fuente: Paisaje Tranversal

Sin embargo, la participación es ante todo “un medio”; un “mecanismo de transformación social y urbana”, dirigido a “generar espacios de aprendizaje colectivo” e innovación, a fin de “ampliar el marco y derivar la planificación urbana hacia escenarios más integrales [y] ecológicos”. Es también una forma de ejercer el ya enunciado derecho a la ciudad: de mantener un papel activo en la toma de decisiones sobre el espacio en el que vivimos, de reivindicarnos como ciudadanos en pleno derecho, de “pensar que la ciudad es siempre un proceso abierto, en estado de ‘beta permanente’.

Esta idea de pensar la ciudad como un proceso en continua construcción tiene sus raíces en el software libre y apunta a reivindicación “a la horizontalidad del trabajo y el pensamiento en red (…) a la apropiación comunitaria de los proyectos como estrategia para la búsqueda de soluciones óptimas, a las estructuras rizomáticas, a la colaboración y al apoyo mutuo”. En definitiva: “al desarrollo de la inteligencia colectiva ciudadana”.

Smart City Link. Nueva York

Paisaje Transversal siempre hemos defendido, frente a las llamadas Smart Cities —que mantiene en su esencia la lógica del arriba-abajo— una ciudadanía inteligentesmartcitizens, que hacen suyas estrategias bottom-up—, que, si lo requiere, puede sacar partido del uso de nuevas tecnologías digitales y otros avances, no como una finalidad en sí misma sino como un modo de construir un entendimiento nuevo de nuestra práctica.

Escuchar para transformar la ciudad: nuevas herramientas

“La presencia de los ciudadanos en los asuntos públicos es una condición necesaria para alcanzar la gobernabilidad democrática”. Por eso, “la participación ha de convertirse cada vez más en una herramienta de trabajo habitual no sólo del arquitecto-urbanista, sino de todas aquellas figuras profesionales que lidian en varias medidas con la tarea de la construcción de lo público y de lo colectivo, tanto en términos espaciales como conceptuales”.

“¿Cómo podemos desarrollar propuestas y procesos urbanos que respondan a las actuales necesidades ciudadanas?” Es necesario repensar la práctica del urbanismo, e imaginar metodologías capaces “de implicar a la ciudadaníay “sistematizar (…) los saberes comunes” para “imprimir mayor rigor metodológico” y “facilitar su replicabilidad”

Se requiere, por tanto, no solo de nuevas herramientas, sino de un profundo cambio en las estructuras de pensamiento, en la práctica, la teoría y el propio aprendizaje con el objetivo de sustituir la “lógica competitiva [por] una colaborativa” y solidaria, que también responda “al necesario cambio de paradigma en el ámbito profesional.

Esto implica cambiar la visión desde la que el urbanismo había venido imponiendo modelos de ciudad. Y es por eso que hemos definido nuestro trabajo desde la escucha. Paisaje Transversal hemos apoyado siempre la participación de los diferentes agentes que construyen la ciudad, administración pública, empresa privada y ciudadanía, con un diálogo multinivel y multisectorial, conscientes que solo así se la ciudad, el urbanismo, se transforma hacia un modelo más justo, sostenible, resiliente y democrático.

Escuchar y Transformar la Ciudad. Fuente: Paisaje Tranversal

Durante estos años hemos desarrollado metodologías y herramientas propias, como la Metodología participativa DCP o los Indicadores Participativos [InPar], y hemos compartido aprendizajes en varias publicaciones. También hemos ampliado saberes desde la incorporación de nuevas perspectivas. En los últimos años, la perspectiva feminista, por ejemplo, eso que hemos llamado como “ponerse las gafas de color violeta”, nos ha permitido avanzar en nuevas deficiciones en el terreno de la equidad social y urbana, incorporando visiones transversales y holísticas y avanzando en hacia un modelo de ciudad interseccional, que construya la cohesión social desde la participación y la convivencia de la diversidad y el compromiso social y ambiental, siempre en escalas múltiples, desde la calle al territorio.

¿Y dónde nos encontramos?

Plan Estratégico del Distrito Este de Donostia San Sebastián. Fotografía: Mikel Blasco | Paisaje Transversal

A principios de año, contábamos en este blog los más de 30 proyectos en los que nos encontrábamos inmersos. Proyectos relacionados con la regeneración urbana integral de Cascos Históricos, la naturalización de la ciudad, la transformación del espacio público, el planeamiento urbanístico, la vivienda, la comunicación y, especialmente, la elaboración de Agendas Urbanas Locales.

Y en los últimos meses el número de proyectos en los que estamos trabajando ha crecido. Hemos ganado el concurso para desarrolla el Modelo de Ciudad en Santander (Santander 2055); iniciado nuevos procesos urbanos como de Plan Estratégico del Distrito Este de Donostia San Sebastián, el PGOU de Mieres o el Plan Especial del polígono de Los Ángeles en Getafe, y comenzado a desarrollar nuevos proyectos relacionados con Agendas Urbanas Locales, como las de Vitoria o Esparraguera. Todos proyectos con los de tratar de contar y construir el lugar y el tiempo del nuevo urbanismo.

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